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¿Esta es la nueva versión de diversidad?

Foto: EFE

La administración no está cancelando la diversidad. Está reemplazándola. No con meritocracia, ni con competencia libre de ideologías, sino con su propia versión de lo que considera aceptable. Universidades, medios, empresas: todos están sintiendo la presión de cumplir con una nueva línea, donde la diversidad se reduce a lo que no moleste (o incomode). Todo en nombre de la libertad. Aunque esa libertad parezca tener cada vez más condiciones.

Lo que se dice es que la política de anti-wokeness busca restaurar la objetividad, frenar el exceso ideológico y volver a una noción más neutral del espacio público. Lo que no se dice es que esa supuesta neutralidad no existe: la selección de qué diversidad es válida y cuál no, también es política. Si diversidad no incluye raza, género o identidad, pero sí exige religión y valores tradicionales, ¿qué tipo de pluralismo es ese?

Mientras tanto, Columbia paga $200 millones por seguir recibiendo fondos federales y acepta, entre otras cosas, eliminar sus programas DEI. Harvard negocia un acuerdo similar. El Departamento de Justicia investiga universidades y medios, la Federal Communications Commission condiciona fusiones a la eliminación de iniciativas de inclusión, y hasta el arte entra en la ecuación. Todo se vuelve un test de lealtad: no basta con hacer tu trabajo, también tienes que sonar neutral, y eso —casualmente— es lo que suena bien en Mar-a-Lago.

Y sí, hay universidades que abusaron del discurso DEI. Hay empresas que confundieron marketing con cambio real. Pero la solución a los excesos no debería ser otro exceso, (aplica en la vida y en todo). ¿El riesgo de este nuevo enfoque? La normalización de una nueva ortodoxia que, curiosamente, también cancela, también censura y también impone. Solo que esta vez, viene disfrazada de sentido común.