La administración no está cancelando la diversidad. Está reemplazándola. No con meritocracia, ni con competencia libre de ideologías, sino con su propia versión de lo que considera aceptable. Universidades, medios, empresas: todos están sintiendo la presión de cumplir con una nueva línea, donde la diversidad se reduce a lo que no moleste (o incomode). Todo en nombre de la libertad. Aunque esa libertad parezca tener cada vez más condiciones.
Lo que se dice es que la política de anti-wokeness busca restaurar la objetividad, frenar el exceso ideológico y volver a una noción más neutral del espacio público. Lo que no se dice es que esa supuesta neutralidad no existe: la selección de qué diversidad es válida y cuál no, también es política. Si diversidad no incluye raza, género o identidad, pero sí exige religión y valores tradicionales, ¿qué tipo de pluralismo es ese?
“But the agency’s memo goes even further than ED's guidance, suggesting programs that rely on what they describe as stand-ins for race, like recruitment efforts that focus on majority-minority geographic areas, could violate federal civil rights laws.”
— Walter M. Kimbrough (@HipHopPrez) July 30, 2025
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Mientras tanto, Columbia paga $200 millones por seguir recibiendo fondos federales y acepta, entre otras cosas, eliminar sus programas DEI. Harvard negocia un acuerdo similar. El Departamento de Justicia investiga universidades y medios, la Federal Communications Commission condiciona fusiones a la eliminación de iniciativas de inclusión, y hasta el arte entra en la ecuación. Todo se vuelve un test de lealtad: no basta con hacer tu trabajo, también tienes que sonar neutral, y eso —casualmente— es lo que suena bien en Mar-a-Lago.
Y sí, hay universidades que abusaron del discurso DEI. Hay empresas que confundieron marketing con cambio real. Pero la solución a los excesos no debería ser otro exceso, (aplica en la vida y en todo). ¿El riesgo de este nuevo enfoque? La normalización de una nueva ortodoxia que, curiosamente, también cancela, también censura y también impone. Solo que esta vez, viene disfrazada de sentido común.