ir al contenido

El nuevo ejército migratorio de Trump

Foto: EFE

El gobierno no solo quiere más agentes. Quiere 10,000. El Homeland Security lanzó esta semana una campaña de reclutamiento para llenar las filas de ICE con jóvenes patriotas dispuestos a “defender la patria” y a deportar. La meta: todo lo que se pueda deportar (y lo que no tanto.) Para lograrlo, Trump no solo firmó una megaley de $170 mil millones para seguridad fronteriza, sino que aprobó incentivos agresivos para atraer talento: $50,000 en bonos de ingreso, condonación de préstamos estudiantiles, mejor jubilación, más horas extra y hasta afiches con su rostro.

La operación se llama Defend the Homeland y no es solo una política, es una estética. Trump y la secretaria de DHS, Kristi Noem, posan en los pósters como estrellas de campaña, mientras las vocerías oficiales hablan de una “generación comprometida con expulsar a los peores criminales ilegales del país.” La iniciativa incluye visitas a universidades, ferias de empleo y mensajes donde se mezcla el orgullo militar con la urgencia política.

  • ICE apunta a convertirse en el músculo visible de una política que combina seguridad, migración y espectáculo electoral. La cifra de 10,000 nuevos agentes no es casual: es redonda, ambiciosa, memorable y mediática.
  • La narrativa de “criminal illegal aliens” no solo busca justificar la expansión operativa. También redefine el rol del Estado frente a la migración: no como problema estructural o humanitario, sino como enemigo a erradicar con eficiencia.
  • La campaña busca más que nuevos agentes: quiere consolidar una visión de país. En ella, la inmigración es un problema de seguridad, el deber patriótico se mide en arrestos, y el liderazgo se viste de uniforme. Las recompensas económicas son el anzuelo, pero lo que está en juego es mucho más profundo: quién representa el orden y quién amenaza la idea de nación.

ICE tiene más recursos que nunca, y con ellos también viene un mandato simbólico. No se trata solo de operaciones en la frontera, sino de proyectar fuerza, ocupar espacio público, y marcar territorio ideológico. La frontera ya no es una línea geográfica: es un concepto que el gobierno quiere dibujar en la mente de cada votante.