El shutdown estatal respira en la nuca, Merce.
Los legisladores estatales de Texas aprobaron órdenes de arresto civiles contra más de 50 demócratas que se fueron del estado con el fin de bloquear el polémico plan de redistribución de distrito que favorecería al Partido Republicano en las elecciones del próximo año.
La cereza del pastel: el gobernador Greg Abbott amenazó con expulsar a los legisladores demócratas de sus cargos o enviar a fuerzas del orden para obligarlos a regresar a Texas. La situación se salió de control: demócratas en California también planean la redistritación que perjudicaría a los republicanos en ese estado.
Se salió de control
La redistritación subió la tensión en los congresos estatales. Los republicanos en Texas quieren adelantar la redistritación para ganar hasta cinco escaños en la Cámara de Representantes antes de las elecciones de 2026. Mientras que, los demócratas en California amenazan con hacer lo mismo: redibujar mapas para sacar a republicanos de sus distritos.
El congresista republicano Kevin Kiley, irónicamente afectado por esto, ahora propone una ley para frenar este tipo de ajustes a mitad de década. Una especie de alto el fuego, pero que —curiosamente— llega cuando su partido ya movió ficha.
El problema es que esta guerra de mapas no es nueva, solo que ahora se desató. Desde que la Corte Suprema decidió en 2019 que el gerrymandering partidista no es asunto federal, los estados tienen vía libre para jugar con los límites electorales como mejor les convenga.
La decisión —escrita con elegante desapego institucional— dejó a los votantes en manos de legislaturas estatales que, casualmente, también buscan reelegirse. La democracia, en modo DIY.
Lo que no se dice tan alto es que, más allá del partido que gane más distritos, el resultado casi siempre es el mismo: menos competencia, menos opciones reales y más políticos seguros de su asiento que de sus ideas. ¿Más polarización? Mares y mares. La lógica parece ser: si no puedes ganar el voto, redibuja al votante.
¿Puede una ley detener la redistritación? Difícil. Especialmente cuando el mismo liderazgo de tu partido no quiere ni debatirla. Pero incluso si el proyecto fracasa, el intento de Kiley deja sobre la mesa una pregunta válida (y algo incómoda): ¿De verdad queremos que los políticos sigan eligiendo a los votantes, y no al revés?