La religión sigue tomando protagonismo dentro de la base conservadora.
Trump quiere traer de vuelta la religión y proteger la libertad de fe. Pero, lo que no se menciona es que la mayoría de sus medidas apuntan a reforzar el peso político de los cristianos conservadores, pieza clave en el mapa electoral republicano. No es solo un gesto a su base: estas políticas tocan leyes, educación y la forma en que se definen derechos.
El presidente ha cumplido con los cristianos conservadores, porque sabe que es un grupo determinante en cualquier elección que involucre al Partido Republicano. Desde que comenzó su segundo mandato, Trump ha dado luz verde a apoyos políticos no solo desde la iglesia, sino que también ha fomentado la religión en el ámbito federal (y laboral).
¿Hay de qué preocuparse? Sí.
El gobierno ha tomado medidas importantes en cuanto a la religión (que preocupan), como permitir que pastores respalden candidatos sin perder beneficios fiscales, crear una Oficina de Fe en la Casa Blanca con Paula White-Cain al mando, instalar una Comisión de Libertad Religiosa y una Fuerza de Tarea contra el “sesgo anti-cristiano”. También, abrir la puerta a la expresión religiosa en oficinas del gobierno y dar puestos clave a figuras del mismo sector.
Lo que no siempre se cuenta es que estos movimientos han dejado huella en temas sociales de alto voltaje. Recortes a Planned Parenthood que afectan salud reproductiva, vetos a atletas trans en deportes femeninos, fin de fondos para tratamientos de afirmación de género y límites a ciertos contenidos en las aulas. Además, su influencia en la Corte Suprema ha respaldado decisiones que priorizan la libertad religiosa sobre otros derechos.
Se proyecta una narrativa que busca “proteger” el derecho de cada persona a vivir su fe sin interferencia del Estado. Pero el fondo de esto es más profundo: estas iniciativas consolidan un marco legal y cultural donde ciertos grupos religiosos tienen mayor influencia política. El debate está en hasta dónde debe llegar esa presencia y cómo redefine la separación —o la cercanía— entre iglesia y el Estado.