Walmart reportó ventas más fuertes de lo esperado en Estados Unidos (+4.6% vs. +4.2% que esperaba Wall Street), pero sus utilidades cayeron por debajo del pronóstico, y la acción se desplomó un 4.5%. En pocas palabras: la gente sigue llenando el carrito, pero el margen de la empresa se encoge, porque absorber los costos de los aranceles tiene un límite.
¿El dato curioso? Quienes más están comprando en Walmart no son las familias de clase media-baja, sino los hogares de altos ingresos. Sí, los mismos que antes presumían Whole Foods ahora también cazan ofertas en la sección de comestibles (que creció a un ritmo de mid-single digits), mientras el segmento de salud y wellness subió en mid-teens. No es glamour, pero es barato.
La inflación en Walmart fue de apenas un 1.1% en el trimestre, bastante controlada gracias a que más del 60% de sus ventas vienen de abarrotes, categoría relativamente blindada de aranceles si los productos son locales, mexicanos o canadienses. Pero el CEO Doug McMillon ya avisó: los precios subirán en la segunda mitad del año cuando entre mercancía con costos post-arancel.
Lo que importa para tu bolsillo es simple: si Walmart —que importa solo un tercio de lo que vende de China, México, Vietnam e India— ya advierte presión en precios, es cuestión de tiempo antes de que otros retailers menos diversificados trasladen esos costos directo al consumidor. Y cuando eso pase, lo barato dejará de ser tan barato.
¿Conclusión entendible? Walmart es hoy un termómetro del gasto del consumidor, mostrando que seguimos comprando, aunque vigilamos cada dólar. ¿El problema? Las tarifas no entienden de presupuestos familiares, y tarde o temprano se filtran al ticket final.