Por décadas, la comunidad cubana en Estados Unidos votó casi en bloque por los republicanos. Mientras otros hispanos hallaban en los demócratas la representación de sus minorías, los cubanos se apartaban de esa tendencia y respaldaban sin matices a los candidatos republicanos.
La razón estaba en una herida abierta en 1961. Durante la presidencia de John F. Kennedy, un grupo de exiliados cubanos (brigada 2506) desembarcó en Playa Girón, convencido de que contaba con respaldo aéreo estadounidense.
Ese apoyo nunca llegó. La invasión de Bahía de Cochinos terminó en fracaso, con muertos flotando en el mar, prisioneros hacinados y un sentimiento de traición que se transmitió de padres a hijos como un juramento político: nunca más confiar en los demócratas.
Esa herida mantuvo a los cubanos fieles al Partido Republicano durante décadas. Pero con el paso del tiempo, las nuevas generaciones fueron asimilándose a la corriente hispana general.
Ya en los años noventa, figuras como Alex Penelas —exalcalde de Miami-Dade y una de las voces cubano-americanas más visibles del Partido Demócrata— demostraron que el trauma de 1961 empezaba a diluirse entre los jóvenes que crecieron en suelo estadounidense.
Sin embargo, mientras Penelas representaba, en el siglo XX, el ascenso de un liderazgo cubanoamericano dentro del Partido Demócrata, los republicanos mantenían el control del voto mayoritario en la comunidad del exilio.
Ese capital político encontró su máxima expresión en Marco Rubio, hijo de inmigrantes cubanos, que pasó del Senado a ocupar el cargo más alto que un cubanoamericano ha alcanzado en política exterior: secretario de Estado en la administración Trump.
Rubio, con un español impecable y una conexión emocional profunda con la memoria del exilio, ha centrado su agenda en el llamado “eje del mal” del hemisferio: Venezuela, Cuba y Nicaragua. Su mensaje hacia su comunidad es inequívoco: no habrá una segunda Bahía de Cochinos. Aquellos cubanos que en 1961 se sintieron abandonados en la arena, esta vez no quedarán solos.
A septiembre de 2025, Estados Unidos ha reforzado su presencia militar en el Caribe: buques de guerra, submarino nuclear, drones de última generación, aviones espías y miles de marines patrullan la región, mientras cazas F-35 fueron desplegados en Puerto Rico. En semanas recientes, la Marina hundió tres embarcaciones venezolanas acusadas de narcotráfico, acciones que el Pentágono calificó como golpes a redes “narco-terroristas”.
La figura de Alex Penelas recuerda que hubo un momento en que el liderazgo cubano-americano en el Partido Demócrata parecía viable. Rubio, en cambio, encarna la persistencia del voto republicano y, sobre todo, la traducción de esa fidelidad en poder real.
Hoy, con buques desplegados, satélites en órbita y drones sobre el Caribe, la administración Trump y su secretario de Estado parecen decididos a cumplir una misión más amplia que la frustrada en 1961: Doblar el eje del mal hasta partirlo con libertad y democracia.
Por Braulio Jatar Alonso. Abogado, comunicador, expreso político, escritor y profesor