En política ya nada sorprende, pero Curtis Yarvin viene a subir ese nivel. El filósofo-tecnólogo, apodado el profeta de la Dark Enlightenment, sostiene que Estados Unidos no es gobernado por sus votantes, sino por “La Catedral”: una red de universidades, medios de élite y burócratas que fija los límites de lo pensable.
Su diagnóstico: que la democracia estadounidense es solo fachada de un oligopolio institucional. ¿El remedio? Suena como titular de Wired: reemplazar al presidente con un CEO-monarca y dirigir el país como una corporación hipereficiente.
Hasta aquí, parece un argumento excéntrico. Pero no estaría muy alejado de la realidad. Yarvin tiene eco en Silicon Valley, inspira a figuras cercanas al trumpismo y aparece en entrevistas del New York Times. No es un cualquiera gritando en el desierto: es alguien al que escuchan políticos y millonarios.
¿Es la democracia, tal como la conocemos, un sistema obsoleto? La respuesta fácil es no, pero Yarvin obliga a mirar las costuras. La Catedral que describe existe, con otro nombre: redes de poder académico, mediático y gubernamental que se autorreproducen. Y el populismo que dice desafiarla también tiene sus patologías: magia, conspiraciones y líderes erráticos. No hay villanos puros ni héroes incontaminados, solo un sistema que parece no dar abasto para sus propias contradicciones.
Quizá por eso su CEO-monarca suena atractivo para algunos: promesa de orden en medio del caos. ¿Necesitamos reinventar la democracia para salvarla, o solo aprender a vivir con su desorden antes de entregársela a un rey con traje de ejecutivo?