El medio Politico publicó una investigación que reveló miles de mensajes filtrados de un chat privado entre dirigentes de los Young Republicans en varios estados del país.
En esas conversaciones, líderes jóvenes del partido compartieron comentarios racistas, antisemitas y misóginos, bromas sobre violación y referencias a cámaras de gas. La filtración abrió una ventana a cómo se habla (y se piensa) en los espacios donde se forman las futuras generaciones políticas del partido.
The vice president of the United States is defending young Republicans who made jokes about rape, slavery and gas chambers.
— Covie (@covie_93) October 15, 2025
Los mensajes filtrados del grupo de Young Republicans no son tuits impulsivos: son intercambios sostenidos entre personas que ocupan –o aspiran a ocupar– cargos internos y, en algunos casos, puestos en el gobierno. Que la conversación fuera privada no la hace menos relevante; habla de actitudes que podrían filtrarse a decisiones y comportamientos públicos. Y sí: lo que se escribe en privado a veces termina definiendo lo público.
¿Quiénes están involucrados? Una docena de líderes asociados a la Federación Nacional de Jóvenes Republicanos, la organización política del GOP con 15,000 miembros de entre 18 y 40 años.
Tras la publicación llegaron denuncias, dimisiones parciales y explicaciones que van de la disculpa hasta la acusación de manipulación de archivos. Varios de los implicados en el escándalo alegan que los mensajes fueron sacados de contexto o editados. Esa reacción es esperable: cuando lo privado se expone, la primera defensa suele ser la técnica. Pero la cantidad y la repetición de los epítetos en los registros publicados complican mucho la defensa de “broma malinterpretada”. La duda no borra 2.900 páginas.
El caso también plantea una lectura más amplia: la normalización del lenguaje agresivo no nace en un chat aislado, ocurre en un ecosistema donde ciertas retóricas se legitiman públicamente. Varios expertos citados por Politico dicen que el alivio de las normas –políticas, comunicativas– facilita que discursos violentos o deshumanizantes se repitan hasta volverse habituales. Eso conecta con debates reales, muy reales. Por ejemplo, me pregunto, ¿qué distingue la irreverencia política de la toxicidad que erosiona el debate cívico? O sea, sí, la línea existe, pero no siempre se respeta.
¿Qué queda para el lector que quiere pensar y no solo reaccionar? Quedan tres puntos. Primero, examinar la cadena de consecuencias (empleos perdidos, renuncias, condenas institucionales). Segundo. preguntar por los mecanismos de rendición de cuentas dentro de los partidos y en la vida pública. Y tercero, recordar que normalizar la ironía cruel, aunque sea “entre amigos”, reduce el coste social de la deshumanización. No es solo escándalo: es una prueba sobre cómo queremos que sea la política cuando los de 20 y 30 años tomen más poder.
Y esta te la dejo a ti, ¿nos sorprende el contenido o nos sorprende no haber hecho nada antes?