En julio de 1819, Simón Bolívar enfrentaba uno de los momentos más difíciles de su carrera militar. En el Pantano de Vargas, las tropas patriotas se batían en el lodo, exhaustas y desorganizadas, mientras los realistas españoles mantenían la ventaja. Fue entonces cuando el Libertador recurrió a su última reserva: la Legión Británica, un contingente de soldados extranjeros que había cruzado el Atlántico para luchar por una libertad que no era la suya.
La Legión Británica, compuesta por miles de soldados reclutados en Londres, fue integrada al ejército patriota para compensar la falta de instrucción militar. Muchos de ellos habían combatido en Waterloo y en las guerras napoleónicas.
Su comandante en esa jornada fue el irlandés James Rooke, quien había reemplazado al oficial Wilson. Al ver que las líneas patriotas cedían, Bolívar dio la orden: la Legión debía entrar en combate.
Rooke condujo a sus hombres en una carga de bayonetas contra la colina ocupada por los españoles, apoyando a los cazadores del coronel Santander, que habían sido rechazados.
Los legionarios subieron entre el barro y el fuego enemigo, abriendo paso a los patriotas. Rooke fue alcanzado por metralla y perdió el brazo izquierdo; el oficial Daniel O’Leary también resultó herido. El irlandés moriría pocos días después en el actual departamento de Boyacá.
Su sacrificio cambió el curso del combate, pero la batalla aún pendía de un hilo. Fue entonces cuando otro nombre quedó grabado en la historia: el coronel Juan José Rondón. Viendo el desconcierto de las tropas, Bolívar le gritó: “Coronel, ¡salve usted la patria!” Rondón, con apenas catorce lanceros, cargó contra las filas españolas. La maniobra rompió el frente enemigo y encendió el espíritu de los patriotas. La lluvia que caía sobre el campo terminó de sellar la victoria. Los realistas se retiraron desmoralizados.
De aquella batalla quedó un símbolo doble: el sacrificio extranjero y el arrojo criollo. Sin la Legión Británica, el ejército de Bolívar no habría resistido; sin la carga de Rondón, no habría triunfado. Ambos actos se complementaron: fueron necesarios.
Años más tarde, el expresidente Rafael Caldera solía recordar esa escena cuando las encuestas le eran adversas. Decía con calma: “Todavía no ha peleado Rondón”, evocando la idea de que las causas justas siempre encuentran su momento y sus aliados.
La victoria en el Pantano de Vargas fue el preludio de Boyacá, de Carabobo y de la consolidación de la Gran Colombia. En todas esas campañas, los extranjeros y los americanos combatieron codo a codo. El propio Bolívar los reconoció públicamente como “los salvadores de mi patria”. Muchos de ellos —británicos, irlandeses, alemanes— murieron en suelo americano. Otros se quedaron a vivir en las repúblicas que ayudaron a fundar.
Mirar ese pasado es entender que la libertad nunca ha sido una tarea solitaria. La independencia de Venezuela fue también el resultado de una red de cooperación entre pueblos, un ejemplo temprano de lo que hoy llamamos ayuda internacional. Bolívar no luchó solo. Tampoco Rondón. La libertad de América fue, desde el principio, una causa compartida.