Pasaron 95 años, tres franquicias y un cambio de liga, pasando de la Americana a la Nacional, pero finalmente Washington vuelve a celebrar la conquista de una Serie Mundial.
El equipo al que muchos dieron por eliminado en mayo, cuando ocupaba el último lugar en su división; la novena que volvió a verse fuera de todo chance, al perder sus tres choques en casa durante esta confrontación, hizo historia de muchos modos este miércoles, al vencer a los Astros en el duelo decisivo y llevarse la corona de la MLB.
Es la primera vez que una escuadra es barrida en todos sus encuentros como local en el Clásico de Otoño y se alza igual con el cetro. Es la primera vez en más de un siglo —y la segunda en la larga crónica de las Grandes Ligas— que una divisa que estuvo 12 cotejos bajo .500 en la tabla de posiciones termina con el anillo de campeón. Es la primera vez que los Nats montan la fiesta definitiva, a 14 años de su creación.
Los Bravos de Boston de 1914 levantaron un registro negativo similar al de los Nacionales en 2019. Nadie más ha podido torcer un destino tan adverso en la gran carpa.
La capital de los Estados Unidos no conseguía este logro desde 1924, cuando el legendario Walter Johnson era el mejor pitcher del beisbol y la escuadra era otra, los Senadores, que pertenecían al joven circuito.
Pasaron más de nueve décadas. Aquellos Senadores se marcharon a Minnesota y se convirtieron en Mellizos. Los siguientes Senadores se fueron a Texas y pasaron a ser los Rangers. Finalmente, luego de un vacío largo, que superó los 30 años, los Expos de Montreal dejaron Canadá y se mudaron a DC, para dar inicio al camino que condujo a esta celebración.
Todos los choques de esta serie fueron ganados por los visitantes, algo insólito, único en la historia. Por eso se impuso Washington, barriendo en Houston después de que los siderales sumieran en la tristeza a la afición, al haber barrido antes en el Nationals Park.
“Nunca nos rendimos. Nunca”, subrayó el manager Dave Martínez, conmovido.
“Qué gran grupo de muchachos”, suspiró Ryan Zimmerman, el más veterano de un grupo de peloteros que cambió el rostro de la novena cuando empezó a divertirse en el terreno, en vez de simplemente sufrir.
Aquello labró el vuelco que empezó a finales de mayo y que tuvo en el rito del Baby Shark su más acabado símbolo, uniendo en danzas y risas a todos en el dugout, y también a quienes llenaban las tribunas, y finalmente a quienes pueblan la ciudad.
Stephen Strasburg, el pitcher a quien en su juventud, recién operado, prefirieron parar en plena recta final, recibió la distinción al Jugador Más Valioso, gracias a sus dos sólidas aperturas. Se cumplió así el deseo y vaticinio de la gerencia capitalina, que hace casi una década justificó aquel movimiento con la excusa de estar pensando en el día en que un Strasburg completamente sano llevaría a los Nacionales a ganar la Serie Mundial.
“Esto es increíble, he hecho cosas que nunca pensé que haría”, sonrió el serpentinero, que abrió y relevó durante los playoffs, y que empató el récord de cinco victorias para un monticulista en una postemporada.
Los Astros parecían destinados a montar la fiesta en su casa, gracias al sólido trabajo de su abridor Zack Greinke. Max Scherzer había recibido una carrera en el segundo acto, por jonrón del cubano Yulieski Gurriel, y otra más en el quinto. Pero el piloto A.J. Hinch prefirió emplear su bullpen a partir del séptimo, aunque Greinke apenas tenía 80 envíos. Fue en ese punto cuando perdió el blanqueo, la ventaja, el juego y la Serie Mundial.
Anthony Rendón se la sacó en esa entrada al as de los texanos, quien fue relevado tras dar boleto al dominicano Juan Soto. Entonces Howie Kendrick, el Jugador Más Valioso de la Serie de Campeonato, se la botó a Will Harris, a modo de saludo, volteando la pizarra y dando inicio a la cuenta atrás.
Patrick Corbin auxilió a Scherzer con tres buenos episodios. Un sencillo de Soto en el octavo impulsó la cuarta y otro hit de Adam Eaton llevó a casa dos más, para poner cifras definitivas. Solamente faltaban los outs finales y el cerrador Daniel Hudson se encargó de eso, liquidando a la parte alta del lineup anfitrión, terminando con ponches para el venezolano José Altuve y Michael Brantley.
El último strike contra Brantley hizo saltar a todos, como impulsados por resortes. Comenzaron los abrazos, las risas frenéticas, la celebración. Luego de 95 años, tres franquicias y un cambio de liga, la espera había terminado. Empezaban los festejos, porque Washington, finalmente, tiene a su campeón.