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Joe Biden se acerca a su momento de la verdad

El presidente debe decidir si sigue aferrado un elusivo sueño bipartidista o rompe con el protocolo e intenta acabar con el obstruccionismo Republicano.

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POLÍTICA. Biden estuvo acompañado por miembros de la comunidad LGBTQ/The Washington Post

Edward Luce

El conflicto entre el Joe Biden que sana y el Joe Biden que es agente del cambio siempre ha sido parte de su destino.  Sanar a Estados Unidos significa recurrir al encanto bipartidista que utilizó durante los 36 años de carrera en el Senado.  Cambiar a Estados Unidos significa pasar por alto a un partido Republicano que no tiene ninguna intención de permitirle victorias legislativas.

Gobernar es elegir.  En los próximos días, Biden tendrá que decidir cual de sus dos personajes es más importante.  Podría permitir que su agenda se estanque en la búsqueda de un transparente pasado bipartidista.  O podría salirse del vacante mundo terreno neutral de Washington para lograr la aprobación de proyectos de ley.  Que todavía no sepamos cual de los dos personajes se impondrá es una muestra de la tensión entre los dos Bidens.

El sentimiento de alivio emocional posterior a que Donald Trump dejara el cargo produjo muchos veredictos palpitantes – y prematuros – sobre la naturaleza de la presidencia de Biden.  Los paralelos con Franklin Roosevelt y Lyndon Johnson se compraban a diez centavos la docena.  A medida que ha pasado el tiempo y las negociaciones con los Republicanos han adquirido esa futilidad que Barack Obama conoció tan bien, la excitación inicial ha sido reemplazada por una creciente ansiedad.  Los Republicanos del Senado desmantelaron la semana pasada cualquier posibilidad de establecer una comisión bipartidista para investigar la insurrección del seis de enero.  Los seis Republicanos que votaron a favor de ella no fueron suficientes para evitar el filibustero.  Los 50 Senadores Republicanos están listos para votar en contra de proyectos de ley que aseguren el sistema electoral estadounidense.

Su oposición va más allá de la parcialidad rutinaria.  Un grupo conformado por algunos de los principales académicos en temas de democracia, incluyendo a Francis Fukuyama, Pippa Norris y Robert Putnam, emitió una “comunicado de preocupación” esta semana respecto al lamentable estado del sistema electoral estadounidense.  “Fundamentalmente, está en juego nuestra democracia”, escribieron.  “La historia juzgará lo que hagamos en este momento”.

Biden está claramente de acuerdo.  El derecho al voto en Estados Unidos está “bajo asalto con una intensidad que nunca he visto”, declaró.  Lo que está en juego es considerablemente mayor que la posibilidad de ejecutar su agenda para “reconstruir mejor” – aunque ese plan también está ahora en duda.  Fracasar en el intento de aprobar una reforma electoral lo convertiría en el último presidente en ser electo bajo un conjunto de reglas acordadas nacionalmente.  Y lo más preocupante es que muchos estados Republicanos están promulgando leyes que le investirían a las legislaturas con el control de los resultados de sus colegios electorales.

El choque entre los dos Bidens se reduce al filibustero del Senado.  Este fue el instrumento que utilizaron los senadores Republicanos para torpedear la comisión del seis de enero y que usarán nuevamente para detener la reforma electoral.  Fue el mismo instrumento utilizado por los senadores del sur para mantener la esclavitud cuando el país se acercaba a la guerra civil de 1861, y para defender la discriminación racial de las leyes Jim Crow luego de la derrota del sur. El filibustero no está incluido en la Constitución de EEUU.  Pero para desmantelarlo y allanar el camino a votaciones decididas por simple mayoría se requeriría la aprobación de los 50 Demócratas y el voto decisivo de la vicepresidenta Kamala Harris.  Esa es la forma en la cual opera la mayor parte de las otras democracias del mundo.  El filibustero es una de las características del excepcionalísimo estadounidense que está pasada de fecha.

Biden tendrá que decidir si le importa más preservar esa reliquia de la “causa perdida” del sur que asegurar el futuro de la democracia en EEUU.  Para la mayoría de sus aliados no hay ni que pensarlo.  Pero tiene en frente dos obstáculos.  El primero es un pequeño conclave de Demócratas del centro, principalmente Joe Manchin de West Virginia y Kyrsten Sinema de Arizona.  Manchin dice que tiene fe en que hay “diez buenas personas” entre los Republicanos para superar el umbral de los 60 votos.  La evidencia está en su contra.  Manchin también dice que “no está dispuesto a destruir nuestro gobierno” desmantelando el filibustero.  Su argumentación está patas arriba.  Al bloquear el cambio, el filibustero pone en peligro la democracia de EEUU.  No es una ironía pequeña el que los Republicanos lo hayan utilizado para torpedear una investigación sobre lo que fue el peor asalto a la democracia de EEUU en tiempos de paz desde principios de la década de 1930.

La segunda barrera es el mismo Biden.  Grandes presidentes de ambos partidos – desde Roosevelt hasta Regan – personifican los cambios de era en el país.  Una mitad de Biden está atascada en un apegamiento romántico a una era bipartidista que ha dejado de existir.  Es posible que acceda a un proyecto de ley de infraestructura reducido con un pequeño grupo de Republicanos.  Dito para su plan de familias.

Pero no se puede llegar a un acuerdo en términos de preservar la democracia de EEUU.  Es tentador decir que Biden arriesga derivar hacia una presidencia de cambio incremental como la de Bill Clinton.  Pero esa analogía sería errónea.  Ninguno de sus predecesores Demócratas enfrentó un dilema como el que Biden enfrenta hoy en día.  Para lograr lo que él más quisiera – preservar las cosas como siempre han sido – todo debe cambiar.

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