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Le llegó la hora a la denominada “acción afirmativa”

La diversidad de razas fomentada en la sociedad de Estados Unidos a través de medidas de acción afirmativa podría verse afectada si la Corte Suprema vota en contra de la práctica que ha servido para compensar por el historial de discriminación del país.

La acción afirmativa ha incrementado la diversidad de la sociedad estadounidense durante los últimos cincuenta años. Foto: The Washington Post.

Edward Luce

La semana pasada le dije a los Pantaneros que la mejor manera de acabar con una cena en grupo era hablar de infraestructura.  Pero se le puede dar nueva vida hablando de la denominada “acción afirmativa”.  Pero uno debe asegurarse de traer un casco protector.  La semana que viene la Corte Suprema de EEUU probablemente acceda a escuchar un caso contra el proceso de admisiones basado en raza de Harvard University que podría resultar en la eliminación de todo el sistema – no sólo en Harvard.

Si bien la decisión probablemente no se presentaría antes del 2022, el resultado es fácil de predecir.  El presidente del tribunal, John Roberts, ha sido opositor conocido de la acción afirmativa durante mucho tiempo (ver su artículo del 2007 - “La manera de detener la discriminación racial es dejar de discriminar en base a raza”).  La última vez que la Corte emitió una decisión referente al tema en el 2016, el resultado fue de 4 a 3 a favor de mantener el estatus quo – con Roberts como parte de la minoría.  Neil Gorsuch, Brett Kavanaugh y Amy Coney Barret se han unido al tribunal desde entonces, lo cual quiere decir que la próxima vez podría ser un voto 6 a 3 a favor de desmontar el estatus quo.  Independientemente de lo que la gente piense sobre la acción afirmativa – mi posición es algo compleja – Estados Unidos necesita evaluar nuevas maneras de ayudar a los desaventajados en materia de educación.

Tristemente, la Corte Suprema no estará juzgando sobre los llamados puestos de legado - la menos defendible política de admisiones del Ivy League (un grupo de 8 universidades conocidas por su excelencia académica y elitismo).  El académico de la Brookings Institution Richard Reeves ha descrito esa preferencia hacia los descendientes de los exalumnos como “acción afirmativa para los ricos”.  En algunas escuelas, los alumnos de legado conforman más de una quinta parte de las plazas.  Cómo puede sobrevivir esta práctica en un Sistema educativo que valora la meritocracia es algo que me supera.  Bueno, en realidad no me supera.  Los padres legadores suelen ser ricos y con mayor tendencia a hacer donaciones.  Harvard no acumuló una dotación de cuarenta mil millones de dólares ignorando el apellido de sus alumnos.  Pero la cultura del legado no está en juego.  La demanda colectiva, presentada por estadounidenses de origen asiático, protesta contra perjuicios basados en raza.  Su caso, al igual que el argumento de Roberts, dice que la acción afirmativa viola la Ley de Derechos Civiles de 1964 en cuanto a temas de discriminación racial.

Es precisamente para evitar romper esa ley – entre otras – que las universidades como Harvard han evitado cuotas específicas basadas en raza.  Su enfoque es fungible porque es suficientemente implícito.  Mi apuesta es que sus días están contados.  ¿Y entonces que debería sustituir a la acción afirmativa?  Mis opiniones son complejas por dos razones.  La primera es que comparto la meta de incrementar la diversidad.  La sociedad en general, al igual que los alumnos universitarios, se beneficia de admitir un grupo racialmente diverso de estadounidenses.  El hecho de que la élite del país es mucho menos blanca de lo que era en la generación pasada tiene mucho que ver con la acción afirmativa.  Y esa bendición no es ambigua.  Mientras más amplio el universo de instrumentos, mejor suena la orquesta (según palabras de una decisión pasada de la Corte Suprema).

Pero una mayor diversidad en escuelas de élite no debe sustituir a dotar de una mejor educación al 99 por ciento que no logran entrar en ellas.  Los que tienen la suerte de ser aceptados obtienen una ventaja de vida absurdamente lucrativa que es casi imposible de emular.  Por eso es por lo cual los padres con buenas conexiones llegan a puntos extremos para lograr que sus hijos sean aceptados.  Como escribe Caitlin Flanagan en un agudo escrito de la revista Atlantic sobre las escuelas privadas de cantera, los ricos están acostumbrados a vivir una vida sin escases.  Los puestos en los campus de la Ivy League son la excepción a esta regla.  Simplemente no hay suficientes.  Las escuelas cantera por tanto se están convirtiendo cada vez más y más en cuasi universidades Ivy League en sí mismas.  La Academia Phillips Exeter tiene una dotación de mil trescientos millones – y eso para una escuela pequeña de un poco más de mil alumnos.  ¿Cuántos profesores de oboe adicionales podría necesitar?

Lo cual me trae a mi segundo punto.  La brecha educacional entre los alumnos blancos y negros no ha cambiado mucho en los últimos cincuenta años desde el comienzo de la acción afirmativa.  Las campañas de diversidad en los principales campus no hacen nada para rectificar las desigualdades más profundas de Estados Unidos, ni las raciales ni las económicas.  Esperar hasta que los niños llegan a los 18 años es demasiado tarde.  Las oportunidades de vida de un niño se determinan mayormente en sus primeros cinco años.  El resto se desarrolla durante la siguiente década.  A menos que Estados Unidos se aleje de su actual forma de financiar la educación en base a los impuestos de propiedad locales, es poco probable que mejoren las cifras.  La gente pobre de todas las razas que vive en áreas con viviendas de bajo precio recibe una educación mucho peor que la gente que vive en códigos postales de lujo.

No tengo duda de que la Ivy League encontraría nuevas formas de promover la diversidad si la Corte Suprema rechazara la acción afirmativa.  Y sería lo correcto si así lo hicieran.  La diversidad debería ser una meta de cualquier organización seria.  En comparación a la vasta desigualdad educacional de Estados Unidos, sin embargo, parecería que perdemos demasiado tiempo hablando de una diversidad que es más bien bastante privilegiada.  Es como si los ganadores de la sociedad quisieran aparentar ser progresivos sin realmente serlos.  Pero por seguro que estoy siendo demasiado poco caritativo.

Rana, estás más que bienvenida a corregirme.

Rana Foroohar responde

Ay, Ed, ¿dónde comenzar?  Como sabes, tiendo a pensar que nivel social es un problema aún mayor que raza en la sociedad estadounidense, aunque claramente ambos aspectos se sobreponen.  Pero eso llega en cierta forma al tema que tu presentas, el cual es la “diversidad” en las universidades del Ivy League.  Las escuelas de alto rango tienen poco de ambas cosas, pero pienso que son en general más adeptas a entender el tema en cuanto a raza que en cuanto a nivel social, debido a algunas de las razones que mencionas – temas de legado, y el deseo generalizado de atraer alumnos que pagan la totalidad de su matrícula, algo que no ha hecho más que aumentar en la era post-Covid en la cual tantas universidades se ven en apuros financieros.  Increíblemente, algunas de las Ivy obtuvieron subvenciones de la Ley CARES (la primera ley de auxilios del coronavirus) en el punto álgido de la crisis, aunque Harvard devolvió sus fondos luego de que muchos protestaran.

Lo que es triste es que las escuelas en mayor peligro no son aquellas en el rango superior o rango inferior, sino las del medio – en particular las más grades, altamente diversificadas, financiadas a nivel estatal y con concesiones de tierras, que dependen de presupuestos públicos.  Esas son las instituciones de las cuales nos deberíamos preocupar, y las cuales deberíamos intentar apoyar por ser verdaderas meritocracias públicas similares a algunas de las universidades del continente europeo que son tanto excelentes como sin costo, o casi sin costo (respecto a este punto, uno de los grandes arbitrajes educativos entre la élite de la ciudad de Nueva York estos días es intentar que su hijo o hija sean admitidos a una de las mejores escuelas de Europa o Canadá porque cuestan casi la mitad que sus equivalentes estadounidenses).  Entretanto, numerosos ganadores de premios Nobel han demostrado que una gran parte del beneficio de pagar $75.000 al año por una educación Ivy está en poder mostrarse como parte la alta esfera social.

Lo cual me trae de vuelta a mi primer punto.  Mi propia hija (quien viene de una familia diversa, al menos en la teoría – su padre es de Irán y yo soy mitad turca y somos musulmanes) tiene como compañeras de habitación a dos mujeres asiáticas y otra alumna que es hindú estadounidense.  Todas tienen padres profesionales, estudiaron en bachilleratos exclusivos (públicos, pero aun así), se criaron en la clase media y comparten la misma visión política progresista.  ¿Eso cuenta como diversidad?  No estoy tan segura.

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