Achaquémoslo a unos medios con exceso de cafeína. Hace pocas semanas, la presidencia de Joe Biden era ampliamente alabada como un triunfo. El coronavirus estaba en retirada. La economía estadounidense estaba vociferando su resurgimiento. Y los Demócratas parecían prestos a la aprobación de los ambiciosos proyectos de ley económicos de Biden para comienzos del otoño. Se escuchaban comparaciones precipitadas entre Biden y Franklin Roosevelt.
Unas cuantas semanas de reveses lo han cambiado todo. La rampante variante Delta ha aboyado el sentimiento de los consumidores y generado un informe laboral desalentador. Las predicciones de una derrota Demócrata en las elecciones intermedias del año próximo son comunes hoy en día y eso convertiría a Biden en un líder debilitado. De repente muchos proclaman que la de Biden es una “presidencia fallida”. Otros hablan de “cómo la Delta derrotó a Biden”.
Descartarlo ahora es tan exagerado como lo fue reservarle al principio un puesto en Mount Rushmore. El viraje llegó durante el fin de semana del 4 de julio. Esa fue la fecha en la cual Biden no logró su meta de inocular al 70 por ciento de los estadounidenses contra Covid-19. Falló por unas pocas semanas. El nivel de vacunación de Estados Unidos es ahora de 75 por ciento, lo cual no es un desastre pero está por detrás de la mayoría de Europa. Aún así, no cumplir con una fecha límite es imperdonable, particularmente si uno trabaja en medios de comunicación.
El peor revés de Biden, sin embargo, fue la mal habida retirada de Afganistán. El cierre de la base aérea de Bagram el 2 de julio ocurrió antes de su autoimpuesta fecha límite de agosto 31. Pero la forma en la cual ocurrió socavó la reputación de Biden como alguien competente, algo que fue considerado su rasgo más aractivo cuando derrotó a Donal Trump. No hay manera de que los ruegos de la Casa Blanca alteren el hecho de que la salida estadounidense ha golpeado sus intereses. Desde entonces, los niveles de aprobación de Biden han bajado cerca de seis puntos porcentuales, lo cual es bastante. En cuanto a la narrativa de los medios, su presidencia está en picada.
No es demasiado cedible esa narrativa. Quienes tienen memorias medianas recordarán la muerte proclamada de la presidencia de Bill Clinton luego de la derrota en las elecciones intermedias de 1994. Clinton de hecho tuvo que recordar a los estadounidenses que el presidente de EEUU seguía siendo relevante. Se mantuvo en el cargo otros seis años. Barrack Obama también fue desahuciado varias veces antes de su reelección. Algunas veces dichas esquelas están bien fundamentadas. Había poca duda, por ejemplo, de que Trump había hundido sus posibilidades de reelección cuando se alió con médicos locos al principio de la pandemia frente a un nivel creciente de mortalidad.
Nada de lo que Biden enfrenta se compara con eso. Si bien el presidente ha sido golpeado por su manejo, a pesar de todas sus faltas la salida de Afganistán sigue siendo popular entre los estadounidenses. La prueba principal de su porvenir llegará en las próximas semanas cuando se vea si puede lograr la aprobación de su plan de infraestructura de $1,2tn (millones de millones) y el “plan de familias estadounidenses” de $3,5tn, los cuales tendrán un impacto importante entre la fuerza laboral del país. Una de las razones que la mayoría de los Republicanos se oponen al primer proyecto de ley y están totalmente en contra del segundo es que saben la popularidad que ambos tendrían.
Hay un alto riesgo de que Biden no supere esta valla. El partido Demócrata está dividido entre la izquierda, liderada por Bernie Sanders, la cual cree que los proyectos son demasiado pequeños en comparación a lo que Biden prometió, y los moderados como Joe Manchin, quienes creen que son demasiado grandes. Manchin hizo un llamado reciente a una “pausa estratégica” sobre el mayor de los proyectos y favorece la aprobación del de infraestructura únicamente. Eso no agradará a la izquierda del partido, la cual ha atado la aprobación de una ley a la otra.
En la práctica, Manchin, quien esencialmente tiene el voto igualitario del Senado, se está haciendo el duro. Nunca se ha promulgado una ley importante en materia doméstica en la historia de EEUU sin que haya sido dada por muerta en el camino a su aprobación. El proyecto grande de Biden probablemente sea reducido en por lo menos un millón de millones de dólares y luego aprobado antes de finales de año. Habrá bastantes tormentas antes de ello. ¿Hará eso que Biden sea nuevamente considerado el próximo FDR?
La respuesta es no. Los rumores de que reestructuraría el capitalismo estadounidense siempre fueron fantasías. Estos proyectos de ley mejorarían la red de seguridad de EEUU en vez de cambiar su naturaleza. Pero a la vez harían menos precaria la vida de millones de ciudadanos, lo cual es bueno en si mismo y útil en las urnas. Otro tema es si eso sería suficiente para ganarle al Trumpismo. Entretanto, Biden no debería ser descartado como algo sin esperanza y tampoco proclamado el salvador de nuestra era. Como la mayoría de los presidentes, está en algún punto entre ambos extremos.
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