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Esperanzas puestas en el Pontífice

SALUDO. La presidenta de Argentina, Cristina Fernández, y el Papa, el 19.


           
   

EFE

SALUDO. La presidenta de Argentina, Cristina Fernández, y el Papa, el 19.

Opinión

Mensaje de cuidado y amor

Por Carola Sixto

El que alguna vez no haya dicho o pensado que los argentinos somos “cancheros”, como decimos por acá a los “agrandados” o “soberbios”, que tire la primera piedra.

En realidad, la debería tirar primero yo, porque es algo que repetí hasta el cansancio cada vez que viajé y me crucé con algún porteño hablando a los gritos en las calles como si fuéramos el ombligo del mundo.

Pero por suerte, a las palabras se las lleva el viento y en nuestro caso, a la soberbia se la llevó un glorioso humo blanco que sin duda cambiará nuestras vidas y, esperemos, nuestra imagen en el mundo entero.

Así, de sopetón.

Porque el Papa Francisco es todo lo contrario a la soberbia.

Es pura humildad y sencillez. Se paga su cuenta de hotel, sigue usando los zapatos gastados de siempre, llama a sus amigos y familiares desde Roma para preguntarles cómo están y prefiere viajar con el resto de los cardenales en lugar de subirse a una limosina.

Y parece que las sorpresas serán su costumbre: unas horas antes de la asunción, cuando miles de personas estaban reunidas en la Plaza de Mayo, frente a la Catedral, sonó el teléfono de uno de los organizadores y todos quedaron boquiabiertos al escuchar la voz de… el Papa.

Llamó para pedirnos un favor: “que nos cuidemos”, algo que los argentinos necesitamos profundamente. El que cuida, ama. El que se cuida, se perdona. El que es cuidado, es amado.

Con esto para mí ya es suficiente para poder imaginar un mundo mejor.

—Sixto es editora y escritora. Vive en Martínez, Buenos Aires, Argentina.

De 1513 a 1521, el Papa Leo X, cuyo nombre anterior fue Giovanni de Médici, enfrentó a Martin Lutero, el cura alemán que con su reforma revolucionaria inspiró a la Iglesia protestante. Como digno Médici, Leo X promovió las artes, pero también peleó guerras y ordenó la construcción de la Basílica de San Pedro.

El controversial Pío XII, quien dirigió al rebaño católico de 1939 a 1958, firmó durante la Segunda Guerra Mundial un pacto con el gobierno alemán nazi. El Pontífice fue duramente cuestionado por mantener silencio frente al genocidio judío.

Un Papa no es un ser neutral: es un personaje de alto peso político, un vocero potente de ideas a nivel mundial. Y un reflejo de lo que será su desempeño pontificio puede ser su rol como cardenal.

Francisco es un ejemplo. Como arziobispo y cardenal primado de Argentina —lo ordenó Juan Pablo II en 2001— nunca conoció el       silencio.

Se enfrentó abiertamente al gobierno de Néstor Kirchner primero y al de Cristina Fernández después, sobre la crisis de la pobreza.

Como buen católico conservador, se opuso al matrimonio gay y a la entrega gratuita de anticonceptivos. La realidad política y social de su país lo tuvo siempre como protagonista.

Durante la dictadura militar (1976-1983), existe controversia sobre su rol en el secuestro y liberación de dos curas jesuitas. Al respecto, el premio Nobel de la Paz y luchador por los derechos humanos Adolfo Pérez Esquivel fue claro: “Bergoglio no estuvo envuelto con la dictadura. Había cardenales que jugaban tenis con los militares, él no fue uno de ellos”.

El primer “rum rum” político en derredor de su fresca figura papal lo trajo la misma prensa, que recordó que en 2012, el entonces arzobispo de Buenos Aires, dijo que las Islas Malvinas (Falkland para los ingleses) habían sido “usurpadas a la Argentina”.

Al respecto, Lady Warsi, ministra para la Fe del gobierno británico, dijo el martes 19, al asistir a la asunción de Francisco, que ella “confía” en que el Papa no intervenga en la discusión entre británicos y argentinos sobre las islas.

El primer ministro británico, David Cameron, dijo que “sobre las Falklands el humo blanco había sido muy claro”, refiriéndose al referéndum en el que los isleños votaron a favor de seguir bajo la dependencia del Reino Unido.

El Papa, como líder de la Iglesia católica, moviliza la opinión de un número de personas que abarcaría las poblaciones de muchos países. Y en esos números tal vez también descansa la clave de su elección. Del total de fieles católicos, 425 millones viven en Latinoamérica, 125 millones en Asia y África, 265 millones en Europa, 100 millones en Norteamérica y 8 millones en Oceanía.

Utilizando una metáfora de la economía, en el mercado global de la fe,  sin dudas Latinoamérica es la región  más prometedora, en donde jugarse todas las cartas y plantar ideas de reforma.

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