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Encuentran el amor en la iglesia

Cerca de diciembre de 2012, el salvadoreño José Arnoldo Romero, viajó de Nueva York a Washington DC para visitar a su hermana. Un día, un primo lo llevó a la iglesia cristiana fundada por Marlyne Flores en el barrio de Columbia Heights, y allí conoció a otra salvadoreña que, como él, también era de La Unión. Los días fueron pasando y siempre se encontraban en la misma iglesia.

Al poco tiempo, se dieron los números de teléfonos y comenzaron a verse con más frecuencia. Romero decidió aprovechar los tres meses de receso de la empresa de jardinería para la que trabajaba y se quedó en el área para conocer un poco más a su compatriota, María Luisa Flores.

Ella, había llegado a Maryland con su hermana Marlyne y su hijito pequeño en 1988 para encontrarse con su madre. Él, hace apenas siete años que llegó a este país y se instaló en Nueva York.

María Luisa vio que estaba solo, y un día lo invitó a su casa, donde vive con su mamá. Preparó una cena que, de alguna manera, marcó el comienzo del romance. Al poco tiempo él se decidió a pedir su mano. Habló con la madre de la novia y le dijo que su intención era casarse con María Luisa.

Cuando le tocó el momento de regresar a Nueva York, los dos decidieron que se iban a dar la oportunidad de conocerse más y de seguir en contacto. Y se pusieron de novios. “Lo que me gustó de él fue que iba a la iglesia”, dijo Flores. “Y como los dos estábamos solos, sentí que podía ser nuestra oportunidad para empezar una nueva vida juntos”. Y él sintió lo mismo.

Así, entre viajes a Nueva York y a DC, en ocho meses, el 26 de octubre de 2013, se casaron en la iglesia la Casa del Alfarero, de Silver Spring, Maryland, donde María Luisa asiste al servicio religioso desde hace 17 años. Lo fundamental para los dos es el vínculo que tienen con Dios y con la religión.

“Por eso, cuando pensamos en formalizar nuestro noviazgo, decidimos hablar con el pastor de la iglesia para decirle que nos íbamos a tratar”, recordó María Luisa. “En nuestra iglesia tenemos que comunicarle estas cosas al pastor, no podemos empezar una relación sin su aprobación”.

Al poco tiempo, María Luisa se compró el vestido, un traje color beige muy clarito; después fueron por los anillos, de oro blanco, y volvieron a pedirle la bendición al pastor. Tomaron la clase requerida para los matrimonios y comenzaron los preparativos para la boda.

Los adornos para la iglesia y el restaurante los hicieron los amigos y parientes. El color elegido: el preferido de María Luisa, verde agua. “Porque para nosotros es símbolo de vida, y me gusta mucho el verde”, afirmó la novia. Una hermana de la iglesia la ayudó con la selección de los tonos y los colores para que todo combinara sin estridencias y con absoluta sencillez. Y además le organizó el “paso a paso” para que pudieran llegar con todo listo al día fijado para la boda.

La señora para la que María Luisa trabaja limpiando su casa desde hace varios años le regaló el maquillaje, el peinado, las invitaciones. La imprenta les mandó tres modelos diferentes y eligieron el que más les gustó a los dos. Eran cerca de 80 tarjetas, pero a la hora de la verdad, fueron 200 los invitados, entre adultos y niños. “Los latinos acostumbramos a llevar hasta el perrito”, acotó María Luisa.

El almuerzo para los invitados lo hicieron en el restaurante “El golfo”, en Silver Spring, por recomendación de una hermana de la iglesia. En total, la boda les costó cerca de $12.000. Lo sacaron del dinero que pudieron ahorrar en esos ocho meses de noviazgo. Mientras José trabajaba en dos trabajos para poder cubrir los gastos de la boda.

“Si bien en El Salvador se usa tener damas de honor, mis amigas buscaron por internet y descubrieron que cuando ya somos mayores como nosotros, según la regla, uno elige lo que quiere llevar y lo que quiere hacer, por eso eliminé las damas de honor”.

En su lugar, María y José decidieron incluir cuatro niños. Una niña tiraba las flores, y un niño llevaba los anillos. Otro, iba cortando cintas del mismo color del vestido a medida que entraban los novios, y otra niña llevaba la cola del traje de la novia.

Y cuando llegó el momento de guardar el piso de arriba del pastel de bodas, los novios prefirieron repartirlo con los invitados. En ese momento José le dijo a su esposa: “No te preocupes, para el año que viene te compro otro”, y la besó.

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