Una mañana del año 2009 el entonces dueño de The Washington Post, Donald E. Graham, me pidió que lo acompañara a la entrada del mítico edificio en la calle 15 de la capital estadounidense. Me habían invitado a participar en un desayuno privado con “Sus Altezas Reales los Príncipes de Asturias”. Pero nadie me había dicho que Mr. Graham me iba a poner a su lado para recibir a los herederos de la Corona española.

DISCURSO. Felipe VI habla durante su proclamación como rey ante las Cortes españolas el 19 de junio.

PADRE. Don Felipe con sus dos hijas, la princesa Leonor y la infanta Sofía.
Poco después de las 8 am se estacionaba delante del edificio del Post una limusina negra. De ella salió el entonces embajador de España ante la Casa Blanca, Jorge Dezcallar, quien se dirigió hacia las escaleras donde esperaba Mr. Graham. Recuerdo que un sol frío nos bañaba el rostro mientras el embajador nos presentaba a los Príncipes quienes venían acompañados por un discreto despliegue de seguridad.
Mr. Graham y don Felipe entraron en el edificio y yo los seguí junto a doña Letizia y el resto de la comitiva. Durante el desayuno nos acompañó una representación del liderazgo editorial del periódico y un exprofesor del Príncipe durante sus años en la universidad de Georgetown.
Cuando el 19 de junio de 2014, el Príncipe fue proclamado Rey de España con el nombre de Felipe VI, se cumplían cinco años y tres meses de aquel desayuno en el Post. Y la retórica que cubrió la coronación del nuevo monarca se nutrió de conceptos que iban de lo personal a lo profesional. Entre ellos: cercanía, honradez, excelente formación académica, políglota, preparación para los asuntos de estado y visión internacional.
A raíz de mi experiencia, aquella mañana washingtoniana de 2009, debo añadir que el nuevo rey de España sabe explicarle su país —en un inglés fluído— a oídos anglos más dados al estereotipo y a la generalización que al detalle sofisticado y revelador de una realidad compleja. Soy testigo accidental de cómo don Felipe sabe ensartar un discurso transatlántico e iberoamericano sin perder de vista la realidad española en lo que a su promoción y proyección se refiere. Y me consta también su seducción por lo hispanounidense.
El escritor, político y diplomático español Javier Rupérez, quien fuera embajador de España ante la Casa Blanca del año 2000 al 2004, me comentaba al comienzo de este verano que en los ambientes políticos e institucionales estadounidenses la llegada de Felipe VI al trono de España había generado no sólo enormes expectativas, sino inmediatas muestras de afecto hacia el nuevo monarca. No en vano, dice Rupérez, para la Casa Real española Estados Unidos, y los hispanos de Estados Unidos, siempre han sido parte de la agenda. En su libro, “Memoria de Washington”, Rupérez escribe que el Príncipe de Asturias “por su educación… ha encontrado en su calendario una constante hispano-estadounidense”.
“A los pocos meses de llegar yo a Washington, en octubre de 2000 —cuenta Rupérez—, don Felipe visitó una vez más, como había hecho en años anteriores, Nuevo México, donde inauguró el impresionante Centro de Cultura Hispana, además de consagrar el comienzo de los trabajos de la cátedra Príncipe de Asturias (en la Universidad de Georgetown)”
La cátedra Príncipe de Asturias se crea luego de que don Felipe estudiara allí un Master en Relaciones Internacionales. Está cofinanciada por la fundación española Endesa y la propia universidad y es una representación académica del Ministerio de Educación del gobierno de España ante Estados Unidos. La función de la cátedra es la docencia y la organización de actividades académicas y científicas en torno a un campo de las ciencias sociales, ya sea economía, sociología, ciencia política…, en función de la especialización del académico que la ocupa. Se obtiene por concurrencia pública.
El profesor Jorge Garcés Ferrer es en este momento quien lleva la cátedra y, como sus predecesores, conoce en persona a Felipe VI de quien dice que “prestigia a la Corona española por su excelente preparación académica, por su profesionalidad y por su entusiasmo”.
“Su gran pasión es España y arrimará el hombro para que las cosas funcionen bien”, añade Garcés. “Es un hombre ético, honesto. Es una garantía de futuro y de renovación y tiene la oportunidad de legitimar cambios necesarios en España a través de consensos políticos en temas de máxima urgencia nacional como el paro, la corrupción, el distanciamiento de la sociedad de las instituciones políticas y las demandas de las comunidades históricas españolas”.
Explica el catedrático que, si bien en una monarquía parlamentaria como la española el rey no tiene poder de decisión política, Felipe VI “se prestará para ayudar” a la solución de los problemas.
¿Y los retos?
“Su reto como monarca —opina Garcés— es conseguir una normalización de la monarquía, en el sentido de que la ciudadanía la sienta y la perciba como accesible y cercana, —bajar al pueblo, tocar el ruedo—, y en esto tiene y tendrá un papel relevante la reina doña Letizia”.
Con el ejemplo de la reina Sofía, esposa de Juan Carlos I, Letizia Ortiz —quien conoció a su esposo cuando ella trabajaba como periodista de TV— ha ido creando y consolidando un espacio propio, con actividades en favor de la infancia y la juventud, la educación, la lucha contra enfermedades y la investigación científica, que se suman a los numerosos viajes oficiales y actos públicos con su esposo.
Entre ambos han compartido la educación de sus hijas, conscientes de que la mayor, Leonor, de ocho años, pasará a partir de ahora a ser la nueva heredera de la Corona. Y han tratado de actuar con total normalidad en su vida privada.
Felipe y Letizia no sólo coinciden en sus gustos por el arte, el cine en versión original, la música o la gastronomía, sino en temas de alcance sociopolítico. Para el profesor Garcés esto será crucial en la proyeccón de los nuevos reyes.
“La creencia de ambos —el rey Felipe VI y la reina Letizia— en el desarrollo sostenible, en la cooperación internacional, en la ciencia y la innovación de forma activa sitúan a la monarquía española en la oportunidad de conciliarse con el nuevo cambio de ciclo al que asiste el mundo”, comenta Garcés. “El mundo de la tecnología global y de la pobreza global, una pobreza que crece a ritmo acelerado en los países desarrollados”. Y en este sentido, dice Garcés, surge una de las claves de esta nueva monarquía española: “La compasión, estar al lado de los débiles”.
Durante su discurso ante el parlamento español, el 19 de junio, el recién proclamado rey Felipe VI dijo: “Éstas son, Señorías, mis convicciones sobre la Corona que, desde hoy, encarno: una monarquía renovada para un tiempo nuevo. Y afronto mi tarea con energía, con ilusión y con el espíritu abierto y renovador que inspira a los hombres y mujeres de mi generación”.
El nuevo rey destacó además que desea “una España en la que los ciudadanos recuperen y mantengan la confianza en sus instituciones y una sociedad basada en el civismo y en la tolerancia, en la honestidad y en el rigor, siempre con una mentalidad abierta y constructiva y con un espíritu solidario”.
“La Corona —continuó el rey— debe buscar la cercanía con los ciudadanos, saber ganarse continuamente su aprecio, su respeto y su confianza”.
Quise contrastar la letra y el espíritu de esa parte del discurso de Felipe VI con los recuerdos de alguien que estudió de niño en el colegio Santa María de los Rosales, en Madrid, cuando Felipe de Borbón era allí “un alumno más porque sus padres se encargaron de que así fuera”.
Para el ingeniero Félix Gil Vázquez de Sola “si hay alguien comprometido con España desde una posición moderna y tolerante, ése es nuestro rey actual”.
Gil Vázquez de Sola, quien vive y trabaja en Washington, DC, dice que su hermano fue compañero de clase de un niño llamado Felipe de Borbón: “Yo no compartí la misma aula, pero para todos los alumnos de Santa María de los Rosales Felipe era uno más, y nos dio un gran ejemplo”
“Don Felipe representa la imagen que todo emigrante —y yo lo soy—, quiere ver de su país”, apunta Gil Vázquez de Sola y define al nuevo rey como “alguien sin complejos a pesar de la dificultad de su cargo, de ser criticado y cuestionado desde muy niño, pero que no le ha impedido nunca asumir una responsabilidad inmensa”.
Durante el discurso de su proclamación, Felipe VI repitió la frase del autor de El Quijote, Miguel de Cervantes, cuando dijo que un hombre no es más que otro si no hace más que otros. Dijo el monarca que esperaba que los españoles se sintieran orgullosos de su trabajo y dio las gracias en las cuatro lenguas oficiales del estado español: el castellano, el euskera, el catalán y el gallego.
La monarquía parlamentaria española cuenta hoy con un líder que anima a su pueblo a abordar la crisis con espíritu de superación. Un rey que le pide a los representantes políticos “dar respuestas” a la crisis económica. Un rey que valora a cada ciudadano de su país.
Estas son sus palabras en la entrega de los Premios Príncipe de Asturias 2013, un discurso que tradicionalmente escribe el propio don Felipe: “Los hombres y mujeres de España […] han mostrado una capacidad de sacrificio fuera de toda duda. Son millones los españoles que cada día batallan para salir adelante con honestidad, con esfuerzo, con valentía y con humildad; ellos son los que realmente hacen de España una gran nación que vale la pena vivir, que vale la pena querer, y por la que merece la pena luchar”.
En esta etapa de la historia de su país, Felipe VI surge como el rey de la esperanza y del cambio.