ir al contenido

El dolor de una madre inmigrante

Sus ojos se llenan de lágrimas que intenta contener con una mano temblorosa. Las palabras se le amontonan en la garganta y su rostro se contrae para poder contar lo que lleva dentro.

Edith Cerritos es una madre guatemalteca que añora su tierra.

El llanto de una madre inmigrante

“A mí me gustaba mi pueblo. Vivía bien, tranquila. Me dedicaba a cuidar a mi hijo. Estaba con mi esposo, el papá de mi bebé,  con mi mamá, mis hermanos… pero por circunstancias del narcotráfico, de la delincuencia, salimos del pueblo”, contó Cerritos a El Tiempo Latino hablando ante la cámara de video de Alfredo Duarte Pereira, el 28 de agosto, en Hyattsville, junto a la sede de la organización CASA de Maryland. “Yo vivía bien en mi casa, pero empezaron problemas con pandillas, amenazas, y por circunstancias feas tuve que salir del país”.

Cerritos recuerda bien lo que pasó el 20 de mayo de 2014: “Decidí abandonar mi país con mi hijo, tomando el riesgo de que nos pasaran muchas cosas en el camino”.

Se le quiebra la voz al recordar el día de las despedidas. Decirle adiós a su esposo y a su mamá “fue muy doloroso”, explica casi en un gemido y recupera la voz para afirmar  que todo lo hizo “buscando mejor bienestar” para su hijo.

“Para que tenga más oportunidades, el derecho a la vida, porque si nos quedamos en mi país no lo iba a tener”, expresó Cerritos.

Pero la decision implicó también un sacrificio económico —empeñar la casa— para aventurarse en un viaje brutalmente duro.

“Mi hijo tiene apenas dos años y pasamos días en que no comíamos”, cuenta y habla de la difícil búsqueda de un sitio para dormir. Ver a su hijo sufriendo “aguantar el hambre” y durmiendo en el suelo la puso al borde de la desesperación. “A última hora me dejaron botada y al ver mi situación me entregué a Inmigracion en la frontera. Yo lo miraba a mi hijo aguantar hambre y ya no quería más eso. Decidí entregarme para que nos ayudaran pero no fue así. Al contrario, me siento bien mal, bien humillada porque nos metieron a un cuarto frío. Pasamos cuatro días con mi hijo aguantando frío”, narró Cerritos y observando el grillete electrónico que le pusieron las autoridades de inmigración en el tobillo, añadió: “¡Ay, Dios mío! Cuando me lo pusieron me sentí bien humillada porque no soy una delincuente, no le vine a robar a nadie, simplemente busco una mejor vida para mi hijo”.

Cerritos es uno de los más de 55.000 adultos que viajan con menores —la mayoría madres con hijos— que han sido detenidas en la frontera sur de Estados Unidos entre octubre y junio de 2014. En el mismo periodo, en 2013, las detenciones fueron 9.350. Pero el gobierno federal solo cuenta con espacio para detener hasta un máximo de 800 familias.

Al verse desbordado, el Gobierno busca alternativas a los arrestos entre las que se incluye el uso de grilletes electronicos en los tobillos de los inmigrantes para controlar sus movimientos. Esto ha abierto un debate nacional sobre si estos inmigrantes —y en especial madres con hijos— deben ser tratados como criminales o como refugiados.

“Fue difícil, hay personas que me discriminan y no encuentro trabajo porque solo los delincuentes cargan eso”, dijo Cerritos señalando a su grillete. “No pueden contratar a una persona que cargue eso… Tengo que ir a citas a las oficinas de Inmigración a firmar. Tengo que ir dos veces al mes a Baltimore. Me vienen a la casa todos los lunes para ver si estoy acá… yo pienso cumplir con las leyes pero se me hace muy difícil y muy injusto porque estoy sola acá y no me dan empleo (por el grillete)… ando de iglesia a iglesia pidiendo ayuda, cambiando cupones para comida. Mi único delito fue buscar un mejor futuro para mi hijo. Ese fue el único delito que he cometido”, sollozó Cerritos.

El uso de grilletes electrónicos se aplica a inmigrantes que enfrentan la deportación. En este momento hay unas 24.000 personas en el país que viven con estos aparatos en sus tobillos.

Pero su uso ha recibido críticas en un informe de 2012 de the Rutgers-Newark School of Law Immigrant Rights Clinic en el que se habla de efectos negativos en las personas a nivel físico, sicológico y económico.

Pero en su desolación, Cerritos asegura que —con grillete y todo— ella tiene esperanza en el futuro para los inmigrantes como ella y su pequeño hijo.

“Que primero Dios le toquemos el corazón al presidente (Barack Obama). Que se apiade de nuestros hijos y que  tengamos una reforma migratoria”.