María Esperanza Toledo Mateo, es enfermera profesional desde el año 2008. Tierra fértil y colorida la vio nacer en Santa Eulalia, Huehuetenango, departamento de Guatemala, un pueblo cuya identidad lleva en sus entrañas, tal como ella lo refleja estando a kilómetros lejos de su tierra.
Durante cuatro años laboró como enfermera comunitaria por parte de Organizaciones No Gubernamentales (ONG´S), en distintos municipios de su departamento. En esa ocasión debió ejercer su oficio en situaciones precarias, pues el sistema de salud en su país está muy deteriorado. En ocasiones debían caminar por horas para poder llegar a los lugares más lejanos que no tienen acceso a transporte y mucho menos a salud. Esperanza ayudó a varias mujeres a darle vida a sus hijos atendiendo partos, algunos de ellos salvados contra todo pronóstico.
Gracias a la experiencia adquirida en ese tiempo y su don de servir, la llevaron en el 2013 a ocupar el cargo de Coordinadora del Centro de Salud de su municipio, Santa Eulalia, en donde realizó uno de sus mayores sueños, el de servir a su comunidad.
Sin embargo, sus hijos y esposo instalados en Estados Unidos desde hace ya varios años, la pedían a gritos, y fue así como el 31 de julio de 2016 dejó todo atrás en Guatemala y vino en busca del amor de su familia.
Lo más difícil fue adaptarme, no conocer a la gente que me rodeaba. En un momento llegué a pensar que acá ya no sería nadie, renuncie a todo, a mi trabajo de enfermera en Guatemala, pero gracias a Dios poco a poco se van venciendo esas frustraciones”, dijo Toledo a El Tiempo Latino.
Luego de cuatro meses de estar en el país, aplicó para una plaza que disponían en el Consulado de Guatemala, ubicado en Silver Spring, Maryland, y gracias a su experiencia le dieron el puesto de asistente administrativa. “Estoy a cargo de recolectar los datos biométricos de las personas que llegan a tramitar su Documento de Identificación Personal (DPI), entre otras funciones”. Esperanza utiliza a diario su traje típico regional para atender a sus compatriotas, representando así la riqueza cultural del país de la eterna primavera, con la cual está plenamente identificada.
A pesar de estar muy contenta y satisfecha de poder trabajar para su gente en el Consulado, su labor de servir va más allá, y sueña con algún día no muy lejano poder trabajar en un hospital. “Me siento realizada, pero estoy en proceso de alcanzar ese sueño que tanto deseo, porque el día de mañana quiero seguir brindado ese servicio de salud, porque es mi vocación”, afirmó.
Esperanza no solo trabajó de enfermera en su comunidad, también fue líder activista en su pueblo y logró en conjunto con otras autoridades locales el mejoramiento de salud de varias aldeas. “Tuve a mi cargo 65 personas del área de salud y 180 comadronas. Fue una gran responsabilidad tener bajo mi cargo un municipio, pero todo valió la pena”.
Así mismo, Toledo es una de las fundadoras de un programa familiar llamado “Proyecto Nueva Esperanza”, que brinda ayuda a familias de escasos recursos económicos de su localidad. Previo a la Navidad hacen entrega de canastas con alimentos básicos; a familias en donde son detectados casos de desnutrición.
De mi profesión de enfermera nace la necesidad de ayudar a la gente porque en el campo de salud hay muchas necesidades”, aseguró.
La primera vez que Esperanza tocó suelo americano fue en el año 1992, junto a su esposo el también guatemalteco Jesús Macario Mateo. En esa ocasión vivió por cuatro años en California, en donde nacieron sus tres hijos José, María Lourdes y Karina. Luego en 1996 en común acuerdo, ella volvió a Guatemala junto a sus tres pequeños, para criarlos en su tierra natal y que aprendieran de sus raíces; mientras que Jesús se quedó en suelo americano para estar al tanto de la manutención de su familia.
Luego de que finalizaron la educación básica, sus hijos vinieron a EE.UU. y uno a uno llegaron a establecerse en Maryland junto a su progenitor, el primero llegó en 2008, la segunda en 2010 y la tercera en 2011. Desde ese entonces Esperanza se quedó viviendo sola en el país centroamericano, hasta hace un año que se reencontró con su familia. “Ellos tenían que regresar acá, porque acá nacieron, en este país hay más oportunidad de estudio, más preparación y diversidad de carreras”, expresó.
Su hijo José de 24 años, está por graduarse el próximo año en sistemas informáticos; María Lourdes de 23, en mayo pasado se graduó de Licenciada en Biología y Español; y Karina la menor, sigue los pasos de su hermana y está estudiando la misma carrera. “Me siento muy orgullosa de mis hijos, porque están logrando su sueño, y no se trata de dinero, sino de la riqueza de conocimientos para tener una vida mejor. Valió la pena llevármelos a Guatemala, porque aprendieron muchas cosas, cómo vive realmente nuestra gente allá en la pobreza, y así mañana poderle extender la mano a los que más lo necesitan”.