ir al contenido

Escapó de la guerra y labró su destino

El Salvador atravesaba por una guerra civil en los años 80, en donde la guerrilla reclutaba sin consentimiento a jóvenes para enfrentar su batalla.

Benito Bonilla es un salvadoreño que vivió en carne propia esa dura época y tiene tan presente las muchas noches que debió dormir entre los montarrales junto a su mamá Feliciana y sus cinco hermanos.

“Agarrábamos las cobijitas y nos íbamos a dormir bajo los palos, un año dormimos así, lloviera o no allí nos quedábamos para que no nos llevaran a la fuerza a pelear con ellos, sin nosotros tener práctica para agarrar un fusil”, afirmó Bonilla en una entrevista con El Tiempo Latino.

Siempre soñó con seguir estudiando para poder conseguir un buen trabajo, pero la guerra y pobreza en su país fueron los factores determinantes que le quitaron la oportunidad de cumplir su verdadero sueño. Benito es el segundo de los hijos y sólo él logró asistir a la escuela.

“Llegué hasta quinto primaria, me gustaba ir a la escuela, pero en eso se puso todo feo y ya no pude seguir. Tuve que entender a mis padres que eran pobres, entonces me dedique a trabajar en mi negocio para ayudarles”, manifestó.

La situación se volvió cada vez más tensa y fue cuando Benito tomo la decisión de buscar otro rumbo y con una mochila azul al hombro y dos mudadas de ropa en ellas, dejó todo atrás en febrero de 1981, en busca de mejorar su futuro y el de su familia.

Logró llegar a Houston, Texas, gracias al ahorro que consiguió en una pequeña venta de granos básicos y fruta que tenía en su querido Uluazapa, San Miguel. Estar lejos de su familia hacían más difíciles sus días en los Estados Unidos, al llegar la tarde su tristeza era tal que no podía contener las lágrimas; y luego de un tiempo pensó en volver “a los tres años yo me quería regresar, no me gustaba este país, lloraba cuando llegaba la tardecita, pero mi mamá me decía que vas a venir a hacer si la guerra no se ha terminado”, afirmó.

Tiempo después logró traer a su hermano y a una de sus cuatro hermanas, los cuales unieron fuerzas para poder ayudar a su demás familia en el país centroamericano.

En Houston trabajó en un restaurantes americanos e italianos, cocinando pizzas, pero a los doce años de estar en suelo americano se enfermó del hígado y fue deshabilitado laboralmente. “Quizás fue el calor del horno, me sacaron de allí, ya no podía trabajar, los doctores me dijeron que tenía que tener mucha dieta”.

Luego de esta situación se trasladó a Washington, DC, en donde reside desde hace más de veinte años. Y desde entonces decidió ser vendedor ambulante, ofrece fruta fresca, sodas, agua pura y productos de higiene personal.

Ser negociante lo trae en las venas pues desde muy pequeño siempre le gustaron las ventas, lo hizo en su país y acá no ha sido la excepción, sin embargo, para poder vender debe contar con un permiso, el cual espera desde hace un tiempo.

“Hemos luchado, hemos ido a sanidad, a la alcaldía, varias veces porque nos han citado para ver si se puede hacer un lugarcito donde vender, pero no nos han dicho nada”.

Según la información brindada por el salvadoreño durante tres años tuvieron un puesto legal en la Columbia Road, Washington D.C., que la administración del Alcalde (Adrian) Fenty les permitió. “Ese Alcalde fue bueno con nosotros, nos colocó lugares para que vendiéramos legalmente y pagáramos los impuestos, pero en eso entró (Vincent) Gray y ya no quiso luchar por nosotros”.

Por este negocio Benito ha estado preso tres veces, se ha presentado a corte, ha hecho obra comunitaria en limpieza por sesenta horas y en otras ocasiones le ha tocado pagar tickets que van de 150 a 300 dólares.

Sin embargo, su voluntad de seguir vendiendo a la intemperie sigue firme, pues asegura que el dinero que recibe por su incapacidad sólo le alcanza para pagar la renta de donde vive y por ello sale cada mañana a conseguir para su alimentación y para la de su mamá, una señora de noventa años que depende de él, su papá falleció tiempo atrás.

Últimas Noticias