Ni siquiera el acusado, Joaquín “el Chapo” Guzmán, parpadeaba cuando desde el estrado, Juan Carlos Ramírez Abadía, alias “Chupeta”, hablaba al jurado con un lenguaje directo y preciso. Con cada respuesta que daba aquel hombre de rostro desfigurado e implacable crueldad, despertaba emociones encontradas en los presentes en la corte. Como si fuera de un hecho rutinario se tratara, el exlíder del cártel del Norte del Valle explicó cómo había ordenado asesinar a quienes estimaba lo habían traicionado y, sin reparo alguno, confesó que él mismo le había disparado con una pistola a uno de sus enemigos. El descarnado relato de este criminal que lleva preso en Estados Unidos más de 11 años, despertó la curiosidad de muchos y les cambió el semblante a los jurados que tendrán que emitir un veredicto de culpable o no culpable con relación a Guzmán Loera.
Esta es la cuarta semana del juicio. Ya han pasado por el estrado cuatro testigos cooperantes de la fiscalía, a saber, Jesús “el Rey” Zambada, Miguel Ángel Martínez Martínez alias “el Gordo”, Juan Carlos Ramírez (a) “Chupeta” y Germán Rosero (a) “el Barbas”. Los testimonios han sido desgarradores y han dejado ver que los carteles de la droga no tienen límites en sus perversiones para lograr el cometido de vender sus productos en Estados Unidos. Los relatos de los testigos cooperantes han puesto en discusión la naturaleza de los acuerdos que el gobierno estadounidense establece con los delincuentes que deciden hablar “sapear” a los jefes de las organizaciones criminales para lograr una condena menor a la estipulada en las leyes antinarcóticos.
Chupeta fue sin duda alguna el testigo que más controversia causó en el juicio esta semana. Parecía un personaje de una película de terror. Vestido con abrigo de invierno, guantes y jeans, Ramírez Abadía lucía como si sufriera un resfriado. En el estrado tenía muchas servilletas, y solía toser frecuentemente. De vez en cuando corregía a los intérpretes que a todas luces no manejan los términos usados en Colombia y México. Chupeta se mostró implacable, duro y definía una línea entre su vida de criminal y la de testigo. Hablaba de un antes y de un ahora y respondía al abogado de la defensa, William Purpura, llegando incluso a desmentirlo en varias ocasiones y colocándolo contra las cuerdas.
Uno de los momentos en los que Chupeta desarmó a Purpura fue cuando el diligente abogado lo interrogó sobre unos libros de contabilidad que dejaban claras las finanzas del cártel del Norte del Valle.
Se hizo patente que Ramírez Abadía tenía conocimientos de economía. Ante una de las preguntas, el testigo le dijo a la defensa que en contabilidad una cosa eran los ingresos que llegaban a la caja mayor y otra eran los gastos, y con una explicación técnica el narcotraficante hizo que el togado cambiara su estrategia, que a todas luces era lograr que el cooperante confesara cuánto en total había pagado para matar a 150 de sus enemigos. Chupeta respondió que no tenía la cifra exacta en la cabeza, pero admitió que ciertamente había pagado miles de dólares por matar a sus enemigos.
Ramírez Abadía respondió afirmativamente cuando Purpura le preguntó por unos asesinatos ocurridos en Brooklyn y Nueva Jersey, y por los cuales se declaró culpable. Primero refirió el homicidio de un sujeto llamado Vladimir Biegelman ocurrido en Brooklyn, Nueva York, en 1993 y que supuestamente habría estado relacionado con el cartel de Chupeta.
Otra pareja fue asesinada en Nueva Jersey, muerte que habría sido ordenada por el ahora testigo de la fiscalía. El móvil del asesinato fue supuestamente el robo de mercancía (cocaína) que estaba en unas bodegas. También habría suministrado información a las autoridades norteamericanas. Purpura mencionó a otra víctima de Chupeta en Nueva York para la misma época.
Entre los asesinatos detallados en el juicio, Ramírez Abadía respondió afirmativamente cuando se le preguntó por la muerte de uno de sus enemigos en Colombia, quien fue asesinado por los sicarios de Chupeta junto a 12 de sus sicarios, tras ser convocados por el exlíder del cártel del Norte del Valle a una finca para tratar asuntos relacionados con el narcotráfico.
Chupeta contó que había vivido en Estados Unidos y había montado su estructura en varias ciudades, entre las que mencionó Nueva York, Miami, Los Ángeles, Chicago y Houston. En un momento de su testimonio hizo reír a la audiencia cuando sostuvo que en los años ‘80 había vivido en Miami y había estudiado inglés “no recuerdo si era un college o universidad” y aprovechó “para tratar de vender cocaína”.
Otro asunto que hizo sonreír al jurado fue cuando se le preguntó si era ingeniero y había construido los submarinos con los cuales había enviado toneladas de cocaína a México. Chupeta le aclaró a Purpura que él no era quien había construido los sumergibles, “no soy ingeniero, lo que yo cree fue el método para usar submarinos para transportar mi cocaína desde Colombia a México”.
Según las cuentas de la defensa y del mismo Chupeta, se habría transportado unas 40 mil toneladas de cocaína desde Colombia a Estados Unidos, para lo cual habían usado al cártel de Sinaloa y otras organizaciones mexicanas, entre las cuales estaba el cártel de los Arellano Félix.
Chupeta explicó por etapas cómo había enviado su cocaína a los mexicanos. Entre los transportes utilizados destacó los aviones pequeños, lanchas rápidas, submarinos y embarcaciones camaroneras y atuneras, trenes y camiones.
Con detalles asombrosos, reseñó que manejaba el mercado y manipulaba la ley de la oferta y de la demanda. Cuando veía que la cocaína bajaba de precio en Nueva York, escondía la droga en sus bodegas y esperaba que los consumidores aumentaran sus solicitudes para vender con un precio más alto. Alardeó de que su cocaína era la mejor, con una óptima calidad.
Una de las cosas que se pudieron apreciar fue la petulancia con la que habla Chupeta de sus hazañas. Dijo, por ejemplo, que fue el primer narcotraficante a quien se le ocurrió enviar cocaína a México en un submarino, en usar las lanchas rápidas e, inclusive, en usar la ruta del Pacífico sur y hacer entregas de drogas en altamar.
Ramírez Abadía aseguró ante el jurado que había sostenido una larga relación comercial con Joaquín Guzmán Loera, la cual comenzó en la década de los ’90. Indicó que le había pagado un porcentaje superior al que pagó a otros carteles por el hecho que el Chapo era más rápido y más eficaz. De hecho, comentó que había quedado impresionado cuando negoció con el acusado los primeros envíos, por el profesionalismo con el que atravesaba la frontera y llevaba su cocaína a Los Ángeles.
“Chupeta” se logró convertir en un hombre muy rico. Su fortuna superó los 1.800 millones de dólares, cantidad esta que en su integridad había sido lograda con la venta y producción de cocaína (400 toneladas).
Chupeta confirmó que donó más de medio millón de dólares para la campaña presidencial de Ernesto Samper, a modo de asegurar que durante su gobierno no fuera extraditado a Estados Unidos.
Asimismo, respondió positivamente cuando el abogado del Chapo le preguntó si había sobornado a periodistas colombianos de “televisión, periódicos” para que no publicaran información que le perjudicara. “Correcto. Hacía pagos de corrupción a la prensa”, acotó.
Igualmente dijo que había dado obsequios a los agentes de la agencia antidrogas estadounidense (DEA) en Colombia. Según Ramírez Abadía les enviaba prostitutas y regalos, incluidos apartamentos, a través de policías colombianos y de unos agentes de la Unidad Especial de Investigación SIU-DIJIN que trabajaban con los federales. “Los agentes estadounidenses nunca recibieron dinero”, aclaró.
En el décimo día del juicio, Ramírez Abadía explicó cómo funcionaba el cártel del Norte Del Valle. En su larga exposición, el testigo comentó que había trabajado directamente con Guzmán Loera y que también había proveído droga a otros carteles, incluyendo el cártel de los hermanos Arellano Félix contra quien Guzmán y la organización criminal sinaloense habían librado una cruenta guerra que dejó varios muertos.