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Las dos caras del tenis estadounidense

Al echar un vistazo a lo que dejó el tenis este año, es fácil determinar que el dominio de los principales elementos que conforman el tour masculino es abismal. Mientras, por el lado de las damas las cosas suelen ser un tanto más abiertas, generando algo de emoción ante las posibles sorpresas, caso que despierta algo de críticas ante la falta de regularidad de varias de las primeras del ranking.

Entre el análisis de la situación también aparece un punto que no deja de ser llamativo y que su rumbo como un patrón más que común en los últimos años: el tenis estadounidense ha perdido terreno, y mucho, en medio del crecimiento y evolución de raquetas provenientes desde otros rincones del planeta, dejando atrás a una de las principales escuelas del deporte blanco en todo el mundo.

No obstante, cuando se divide esta afirmación, colocando la realidad de hombres y mujeres sobre la mesa, queda bastante claro que al menos desde el lado de las damas se ha podido ver algo de los destellos de piezas que podrían dominar la disciplina más temprano que tarde, caso que no es posible de descifrar entre los que compiten en la ATP.

El tiempo perdido

Cuando en la cuarta ronda de Wimbledon 2001 el suizo Roger Federer dio uno de las más grandes demostraciones en la historia del tenis, automáticamente hubo un cambio de mando en el orden entre los caballeros. El de Basilea sorprendía al planeta y confirmaba que era una pieza atractiva que daría de qué hablar. Hoy, Federer es considerado el más grande la historia, evolución admirable y de la que se desprenderán miles de historias.

Sin embargo, esa caída de Sampras, más que un fracaso, marcó la recta final en la carrera de uno de los principales exponentes del deporte blanco. Como era de esperarse, un país de tanto desarrollo deportivo como Estados Unidos tenía la tarea de poner rápidamente en la pista a su sucesor, pero los experimentos aún no han dado el resultado esperado 17 años después de aquel compromiso.

Su retiro, así como el del sempiterno Andre Agassi, bajó el telón de una generación dorada y que todavía busca quien la eclipse.

Son incontables los nombres que han aparecido en planillas, así como promesas que al final no se cumplieron. En el presente, John Isner es el número uno de su nación, un elemento que por su estatura es un sacador temible, protagonista del match más largo en la historia del tenis y hombre querido en el tour. Pero al momento de perfilarlo como un top 3, es imposible dar en el clavo. La distancia entre lo que puede hacer y qué esperar de sus rivales cuando estos son Federer, Rafael Nadal o Novak Djokovic, es abismal.

Una nación acostumbrada a ver a los suyos hacerse de los principales torneos del calendario hoy sueña con que algunos representantes se mantengan al menos en los primeros 50 puestos del conteo masculino.

La última vez que un hombre de ese país alzara un trofeo de un Major fue Andy Roddick, coronándose en el US Open 2003, opción que hoy es muy lejana para cualquier que juegue bajo los colores de esta bandera.

La eternidad de Serena Williams

Por las damas, el caso se tuerce un poco en búsqueda de un camino mejor. Así como entre los caballeros el dominio ha pertenecido a Federer, Nadal y Djokovic, entre las mujeres hay un nombre que se erige sobre el resto, instalándose en un preciado grupo que presume de ser las mejores raquetas en la historia de la WTA: Serena Williams.

Hoy son 37 años para ella y miles de batallas encime, con polémicas, críticas, un embarazo complicado y lágrimas. Pero los aplausos, elogios, premios y respetos representan mucho más para la nativa de Michigan, actualmente en el escalón número 16 del ranking y siempre favorita a quedarse con el torneo que dispute.

Si bien el tiempo dicta que su retiro está cada día más lejos, su tenis marca el ritmo a placer. Desde 1999 suma 23 títulos de los 80 Grand Slam celebrados en el lapso, números increíbles para una de las mejores atletas estadounidenses jamás vista.

Su listón es muy alto y puede que pase mucho tiempo para ver a otra como ella; no obstante, varias nativas están haciendo su propio camino para buscar un lugar entre las más grandes que el tenis haya visto.

Sloane Stephen y Madison Keys son las dos principales tenistas estadounidenses de la actualidad, cada una de ellas con un Major en el saco, logro lo suficientemente positivo para pensar que uno no basta y que el hambre por volver a probar las mieles del éxito las llevará a poner nuevamente el nombre de su país en alto.