ir al contenido

Aprendiendo a escribir algo más que el nombre

“Hoy es-toy con-ten-to”, repiten pausadamente y en coro para que no se les olvide que “hoy” solo tiene una sílaba, “estoy” tiene dos y “contento”, tres. “Será ‘estamos contentas’, profesor. Hoy solo estamos mujeres”, le bromea Otilia Mendoza a Mario Gamboa, profesor y director del Centro de Alfabetización en Español (CENAES). Con sus manos temblorosas y surcadas de arrugas, diez alumnas, todas sobre los 65 años, están aprendiendo unas a escribir y otras a recuperar lo que el olvido les arrebató.

Parece una escuela en algún aislado recinto latinoamericano, donde el profesor y dos voluntarias (Sofía Hernández y Claudia Orostizaga de George Washington University) enseñan a estudiantes de diferentes niveles en la misma aula: el primer nivel lee con mucha dificultad pero para los alumnos representa un reto aún más grande. Otilina Mendoza lo explica mejor: “escribir se me hace muy duro y me como las letras; leer patojo, patojo sí leo… pero no escribir ha sido la peor vergüenza de mi vida”.

En el segundo nivel entienden mejor el alfabeto y escriben, aunque con letras moribundas, oraciones más largas como esta: “me divierto con mi familia”; y las del tercer grupo intentan recordar lo que fueron perdiendo por falta de práctica y porque la vejez nunca olvida pasarle la factura a la memoria. Es el caso de Josefina Campos, una española que llegó a Estados Unidos en 1952. Ella se impacienta porque poco sabe de los puntos y las comas. “Lo bueno es que el profesor nos tiene mucha paciencia”, dice.

Las del primer nivel garabatean las palabras “perrito”, “gatito”, “coco”… El método es parecido a enseñar a niños de primer grado, pero en este caso las estudiantes son abuelitas que, además de la sopa de letras, deben lidiar con la diabetes, la presión alta, la rodilla inflamada o la artritis y algunas hasta con inmigración. Se les hace cuesta arriba encontrar palabras con cuatro sílabas y alguna está en franca batalla con la doble r y doble l. En el primer nivel ni hablarles de la c, la s y la z, porque a veces aún confunden la i con la y.

Nunca es tarde para aprender y de eso CENAES ha hecho su misión: ya ha rescatado de las sombras del analfabetismo a unos 600 estudiantes adultos, con la ayuda de 20 profesores y voluntarios. Pero la tarea es para largo porque en el área metropolitana unos 50 mil hispanos a duras penas chapotean con el abecedario. Casi 50 millones de hispanos viven en Estados Unidos, unos dos millones son analfabetos en su idioma natal.

Como no quiere que esas palabras desfilen ante sus ojos sin decirle mucho, a Vida Senior Center, en la calle Calvert del barrio Adams Morgan, llegó a su clase Carlos Castro Zafra. Estuvo hasta el quinto grado en Perú, para él una oración no es una simple reunión de palabras sin sentido, pero que no le hablen de puntuación, tildes “y de esas otras cositas de la escritura”. El viernes ocho de febrero se rompía los sesos buscando palabras de dos, tres y hasta cuatro sílabas. “Vamos don Carlos, usted sí puede” lo animaba el profesor. Después de varios intentos las encontró: “cocodrilo” y “electricidad” que tienen cuatro y cinco sílabas.


ESTUDIANTES. Carmen Ortiz, oriunda de México, (segunda desde la izq.) escucha a Mario Gamboa, profesor de español.

ESTUDIANTES. Carmen Ortiz, oriunda de México, (segunda desde la izq.) escucha a Mario Gamboa, profesor de español.

PALABRAS. Carlos Castro Zafra estudió hasta el quinto año de escuela en Perú y ahora se esfuerza por separar a las palabras en sílabas.

PALABRAS. Carlos Castro Zafra estudió hasta el quinto año de escuela en Perú y ahora se esfuerza por separar a las palabras en sílabas.

SÍLABAS. Sofía Hernández, estudiante colombiana de George Washington University, se entrega a tarea de enseñarles a las estudiantes de la tercera edad.

SÍLABAS. Sofía Hernández, estudiante colombiana de George Washington University, se entrega a tarea de enseñarles a las estudiantes de la tercera edad.

ESCRITURA. Una de las estudiantes llena un crucigrama que le enseña a diferenciar la palabra mano de la palabra mono.

ESCRITURA. Una de las estudiantes llena un crucigrama que le enseña a diferenciar la palabra mano de la palabra mono.

APRENDIENDO. Otilia Mendoza llegó a Estados Unidos hace 33 años, en Perú, su país natal, no terminó el tercer grado, ahora es alumna del primer nivel, para quien no saber escribir ha sido la vergüenza de su vida.

APRENDIENDO. Otilia Mendoza llegó a Estados Unidos hace 33 años, en Perú, su país natal, no terminó el tercer grado, ahora es alumna del primer nivel, para quien no saber escribir ha sido la vergüenza de su vida.

RECORDATORIO. Josefina Campos (iz) y Teresa Briceño (der) son estudiantes que se están esforzando en recordar el español que lo aprendieron en la escuela, ellas son alumnas del tercer nivel.

RECORDATORIO. Josefina Campos (iz) y Teresa Briceño (der) son estudiantes que se están esforzando en recordar el español que lo aprendieron en la escuela, ellas son alumnas del tercer nivel.

Mientras Oroztizaga, nieta de un analfabeto, con paciencia y dulzura se encargó de que Mendoza y Orbelina Reyes no olviden que al escribir “perro” no es lo mismo que “pero”, ni “carro” igual que “caro”. Las alumnas de tercer nivel para entonces y cuando la hora y media de clases está a punto de terminar han juntado fichas de madera formando palabras de hasta cinco sílabas.

Es el momento para Mendoza y Reyes de contar que ni siquiera terminaron el tercer grado. A la primera la mandaron a un colegio de monjas en el Callao, Perú. De lunes a viernes servía a las alumnas adineradas y los sábados le enseñaban algo que no entendía. Luego vinieron el matrimonio y los hijos y desde hace tres décadas, entre niñera y cuidadora de ancianos en Estados Unidos, no hubo tiempo para aprender a escribir. Con los años al menos aprendió a dibujar su nombre pero no los de sus hijos y sus nietos.

A Reyes escribir no le hizo tanta falta, pero reconoce que a veces se aislaba para que no se enteren que “era bastante mala y que pongo todo recto y junto”. Al menos limpiando casas y en esos 21 años que pasó insertando anuncios para The Washington Post no necesitó redactar. “No me eduqué pero sí logré que mi hijo sea ingeniero agrónomo en El Salvador, aquí ahora es electricista del Metro”.

La clase terminó, guardan sus cuadernos y repiten en voz alta la tareas para la próxima semana. A Mendoza y Reyes les gustaría que sean más horas para que la “t” deje de ser solo una cruz y la “p” no sea un simple palo con una argolla.

Últimas Noticias

{{!-- ADHESION AD CONTAINER --}}
{{!-- VIDEO SLIDER AD CONTAINER --}}