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DMV: Latinos que sobrevivieron al COVID-19

Se dice que el coronavirus no tiene preferencias. Esto es medianamente cierto, pues quienes pueden refugiarse en sus hogares y trabajar desde casa poseen menos probabilidades de contagio, que aquellos que deben arriesgarse para ganarse el pan de cada día.

Antes de esta pandemia, los obreros de la construcción, cuidadores de ancianos, empleados de limpieza, los que entregan comida a domicilio, empleados de supermercados, peones de la industria de la carne, choferes de transporte público, trabajadores agrícolas y muchos más eran invisibles o los que hasta ayer “no eran nada”, como dice el geógrafo francés, Chiristophe Guilluy.

En tiempos de coronavirus ellos son los esenciales.

En esa lista están millones de hispanos que, desde la industria de la comida, la construcción o los cuidados son los más útiles, los necesarios y siguen arriesgándose al contagio. Aquí les ofrecemos testimonios de tres latinos del área metropolitana de Washington, DC, que sobrevivieron al coronavirus. Ellos vencieron a la fiebre, tos incontrolable, alucinaciones, dolores corporales y también el miedo de morir.

Las cifras son alarmantes, el país ya tiene más de un millón 400 mil personas infectadas de COVID-19 y en el DMV hasta el miércoles había 68 mil 142 casos y 3 mil 86 muertes. Quienes corren más riesgo de contagiarse son aquellos que se exponen más al contacto con potenciales portadores del virus. Ese es el caso de estos tres pacientes del área metropolitana de DC que felizmente forman parte de otra estadística más alentadora: las 6 mil 944 personas que se han recuperado hasta el cierre de esta edición.

Ellos batallaron contra el coronavirus y lo vencieron. Advirtiendo que este virus “no es un juego” y detallando su agonía y sus sacrificios, estos latinos comparten con usted su viaje a través del COVID-19 y hablan de la solidaridad que los ayudó a levantarse.

“No quería irme dejando a mi hijito”

Hubo días que pensamos que no sobreviviríamos, una tos seca nos impedía respirar. Muchas veces me faltó el aire, pero eran solo ratitos. | FOTO: Cortesía


   
   

Cortesía

Hubo días que pensamos que no sobreviviríamos, una tos seca nos impedía respirar. Muchas veces me faltó el aire, pero eran solo ratitos. | FOTO: Cortesía

Me llamo Jenny, trabajo en un geriátrico en el condado de Montgomery. Parece que ya había dos empleados contagiados, pero no dijeron nada para no perder el trabajo. Además, me mandaron a limpiar la casa de una señora que tuvo una neumonía, tal vez allí me contagié.

Todo empezó con escalofríos y tos. Después perdí el apetito y el olfato, tuve mareos y dolor del cuerpo. Los doctores no permitieron que fuera a consulta, pero ordenaron hacerme la prueba del COVID-19 que salió positiva. Mi familia entró en cuarentena.

El mundo se derrumbó ante mis ojos. Lloré por tener miedo de morir, de terminar como los muertos que salen en la televisión.

Me aterraba la idea de contagiar a mi hijito de apenas 15 meses, a mi esposo y a mi hermano, los dos trabajan en construcción. Al final, mi marido se contagió y el virus lo atacó fuerte, mi hermano tuvo algunos síntomas y mi niño no se infectó.

Sin trabajo, sin comida, sin pañales, sin medicinas… fueron días para enloquecer. Eso me sumió en la tristeza. No sabemos quién se infectó primero, antes de que yo presentara síntomas todos estuvimos trabajando.

Hubo días que pensamos que no sobreviviríamos, una tos seca nos impedía respirar. Muchas veces me faltó el aire, pero eran solo ratitos. Llegó un momento que no pude pararme, me ahogaba. Pensé en ir al hospital, pero solo al ver esas imágenes de catástrofe me dije: aguanta un poquito más.

Lo bueno ha sido la solidaridad de la organización de la señora Grace Rivera y de los amigos que nos auxiliaron con comida, pañales y pastillas.

“Pensé que era mejor estar muerto”

"Mi vida era un desatino y mi mujer me tocaba para asegurarse que no estaba muerto. Agonizaba entre la tos, calambres estomacales, dolor de pecho y espalda". | FOTO: Cortesía


   
   

"Mi vida era un desatino y mi mujer me tocaba para asegurarse que no estaba muerto. Agonizaba entre la tos, calambres estomacales, dolor de pecho y espalda". | FOTO: Cortesía

Soy Martín Herrera, vivo en el Columbia Heigths en DC y trabajo para una empresa de construcción en donde estoy encargado de hacer asfaltos. Era sábado y empecé con fiebre y dificultad para subir las gradas, en la noche llegó una sensación de frío y una calentura horrible, el pecho y la cabeza dolían. El lunes la fiebre me enloquecía.

Fui a la Clínica del Pueblo, me pusieron en cuarentena y entré en una agonía interminable. Llegué a pensar que mejor era estar muerto pues la fiebre y el dolor de cabeza me hacían alucinar. Le juro que vi a alguien vestido de negro metido en la casa, me abalancé contra el intruso y terminé en el suelo… era una alucinación. Al día siguiente nos avisaron que un primo había muerto de coronavirus en Nueva York; días después otros dos amigos, Alejandro Cali y Raúl Palma, murieron de lo mismo. Pensé que a mí también me estaba llegando la hora.

Mi vida era un desatino y mi mujer me tocaba para asegurarse que no estaba muerto. Agonizaba entre la tos, calambres estomacales, dolor de pecho y espalda. Créame que pensé en suicidarme, pero con la ayuda de Dios ya estoy un 80% recuperado. Mi mujer tuvo algo de fiebre y nada más. Dios decidió que no era mi hora, en cuanto me ponga bien volveré a trabajar.

“No volví a casa por mi Sergio”

"Pronto empecé a sentir la boca reseca, la comida no tenía sabor, me quedé sin olfato. Luego vinieron la calentura y el dolor de los huesos y cabeza. Así estuve tres días hasta que llamé al doctor". FOTO: Cortesía


   
   

"Pronto empecé a sentir la boca reseca, la comida no tenía sabor, me quedé sin olfato. Luego vinieron la calentura y el dolor de los huesos y cabeza. Así estuve tres días hasta que llamé al doctor". FOTO: Cortesía

Mi nombre es Santos Vásquez. En mi trabajo, que es de remodelación, salieron varios contagiados de COVID-19 y aunque yo no tenía síntomas, decidí no volver a casa porque tengo un hijo de 7 años con asma crónica. Tres días y medio viví en una especie de closet en el sitio donde laboro, en el condado de Montgomery. Hay que hacer conciencia de que el virus no es un juego sino algo muy peligroso.

Pronto empecé a sentir la boca reseca, la comida no tenía sabor, me quedé sin olfato. Luego vinieron la calentura y el dolor de los huesos y cabeza. Así estuve tres días hasta que llamé al doctor. A la persona con quien hice la cita para la prueba, que por cierto salió positiva, le conté que no podía volver a casa y que estaba viviendo en un closet. Me dijo: “déjame ver que podemos hacer por ti”. Al siguiente día me tenían una habitación en un hotel.

Tengo que agradecer a la señorita Lilian Cruz, quien trabaja para el concejal Gabe Albornoz. Partía el alma tanta generosidad y las llamadas de mis hijos, que me preguntaban “¿papi cuándo vuelves?”. Lo que me hizo llorar fue la cartita que Sergio, mi niño asmático, me envió al hotel en la maleta de ropa que me llevé.

Esta prueba que me puso Dios me ha enseñado que hay gente muy generosa, como la señorita Cruz, el concejal Albornoz, la señora Rivera. Ya estoy de vuelta a casa y pensando en ir a trabajar porque ya empieza a faltar el dinero.

NOTA DEL EDITOR: Siga las normas de distanciamiento físico en todo momento y prevenga el contagio de COVID-19. Al primer indicio de síntomas, NO ESPERE, contacte a su proveedor de salud o a su clínica comunitaria más cercana. Recuerde: Las pruebas de COVID-19 y muchos aspectos del cuidado de este virus, se administran sin importar el estatus migratorio del paciente. Para conocer a dónde puede acudir si tiene síntomas de coronavirus, visite: www.ElTiempoLatino.com.

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