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El Censo tiene en Gloria Aparicio-Blackwell su aliada

De Venezuela se fue una joven llena de energía y sueños, especializada en control y prevención de incendios; y, a Maryland llegó una futura apasionada vocera de los no que tienen voz. Y eso empezó a fraguarse hace 35 años.

No sería en su país donde Gloria Aparicio-Blackwell pondría en práctica lo que su papá Ramón José Cuicar aconsejaba a sus cinco hijos: “si vas adelante no te olvides de tender la mano a los que van detrás”.

En la campaña del Censo 2020 vio la necesidad de extender la mano a los que vienen detrás. Su arribo a este esfuerzo nacional fue algo natural y a la tarea de juntar aliados se entregó. Pronto se encontró en territorio minado, el presidente Donald Trump asustó a los inmigrantes insistiendo en la inclusión de la pregunta de la ciudadanía, el pedido no prosperó pero inoculó la desconfianza.

Después vino una mina aún más grande: la pandemia. Se acabaron las visitas a los mercados, iglesias o restaurantes; y, el plan de promover el Censo en las ferias y desfiles de verano se desbarató. La estrategia se trasladó a internet, con concejales como Deni Taveras y una coalición de organizaciones religiosas y sin fines de lucro agotarán hasta el último minuto para contar a un latino más, en Maryland.

Reconocida como uno de los rostros más visibles del activismo latino en Maryland, a Aparicio-Blackwell no le causa miedo una competencia de salsa, merengue, joropo o la burriquita. “Es en lo único que dejo que el hombre me lleve, en el resto ¡Un momentico!, que yo me llevo sola”, lo dice con la seguridad de quien posee una dosis extra de tesón y optimismo pragmático, propios de gente de tierras madrugadoras y manos encallecidas.

“Nací, crecí y estudié hasta la secundaria en Churuguara, pueblo ganadero del estado de Falcón. Soy hija de una maestra de escuela y del dueño de un restaurante, organizador de eventos y líder local, que siempre estaba defendiendo algún derecho y logrando mejoras para la comunidad”.

María Antonia Cuicar, su hermana mayor, lo tiene claro: “De allí le viene a ‘Yayita’ (así la llaman en casa) eso de hacer el bien y emular lo bueno que hacen otros. Esa sabiduría la aprendió de papá”. La hermanita pequeña es el orgullo de la familia en el pueblo. “Contarles que trabaja en una universidad de Estados Unidos es motivo de admiración y un ejemplo para la juventud”, asegura Cuicar.

En Churuguara los libros más bien eran escasos, pero en la casa de los Cuicar se encargaron de que no faltaran. Con los años, Gabriel García Márquez y Pablo Coelho siempre se colaban en su mesita de noche, aunque ahora mismo está leyendo “How to Be an Antiracist” (Cómo ser antirracista), de Ibram X. Kendi, en un intento de entender mejor cuán corrosiva es la discriminación.

Con Aparicio-Blackwell, la disciplina con guantes de seda que impuso su madre, Gloria Mercedes de Cuicar, se distendió; no fue la sobresaliente de la clase. “Es que el patio de mi casa era un centro de eventos donde nunca faltaba música, a mi el baile y estar conectada con la gente me priva”, es su traviesa justificación.

De Churuguara a EEUU

Debió ser en una de esas charlas de cocina, sin tener idea del cómo y ni el por qué habló en voz alta: “yo un día me iré a vivir a Estados Unidos”, tenía 13 años. “¡Caramba!, ya me dirás cómo, si allá no conocemos a nadie”, le respondió su madre.

Fueron los patrones de moda con lindos paisajes de fondo que llegaban a Churuguara los que le hicieron pensar que sería bonito vivir en esos lugares. Pero primero se fue a un instituto tecnológico industrial de la ciudad de Valencia, a especializarse en diseño de planes de protección y prevención de incendios.

Las prácticas las hizo en unas instalaciones petroleras. Allí conoció al hijo de Luis Aparicio, el primer beisbolista venezolano inmortalizado en el Hall de la Fama. Se casó a los 20 con el crío de esta leyenda del béisbol y a los 21 años la pareja llegó a Denver “a echar suerte y si no resulta aprendemos inglés y nos regresamos”. No volvería a vivir en el pueblo del queso y la natilla.

Se instaló en Maryland y desde entonces ha ido construyendo un liderazgo a favor de los latinos, sean estos estudiantes, trabajadores de la limpieza, mujeres o los jornaleros de Gaithersburg. “Es cuestión de juntar esfuerzos para influir en los que toman las decisiones. Escucho los problemas y deseos de la gente, voy a la universidad y trato de conectarlos”. Actualmente es directora de la Oficina de Participación Comunitaria de la Universidad de Maryland.

Precisamente es ese centro de estudios obtuvo su título especializado en control de incendios y seguridad. Con esa credencial fue a trabajar a American University y más tarde a Pepco. Hasta que un día sonó el teléfono para darle la oportunidad de la que más orgullosa se siente: formar parte de la junta directiva de Montgomery College. Allí está desde hace 11 años incidiendo en las políticas educativas a nombre de los que más les hace falta.

En la maratón de la vida de Aparicio-Blackwell, una infatigable corredora de hasta 15 millas los fines de semana, se ha topado con Sylvia Stewart, Besy Martínez, Anne White, Dugh Duncan y muchos más; ellos han sido sus jefes, sus mentores y sus aliados. Ahora ella es la guía, pero más que dar ideas las quiere escuchar para juntos encontrar soluciones. Desde hace 13 años, Stephen Blackwell, su segundo esposo, la acompaña en este viaje.

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