Son los niños de la generación Messi y viven en Hyattsville. Se apellidan Guzmán, Estrada, López, Reyes, Romero, Campos, Villatorio, Sosa o Argueta, y son los campeones estatales de las ligas de fútbol estudiantil de secundaria de Maryland.
Además de talento, los chicos del condado de Prince George’s tienen hambre de meter el balón dentro de la red. Y hay más: si quieren bailar al ritmo de la pelota tienen que ser buenos estudiantes. Después de 26 años de espera, los alumnos del Northwestern High School, con un marcador de 3-1 se declararon vencedores, desmoronando las esperanzas de su contrincante, el equipo de Northwest High School. Esa explosión de goles y emociones se vivieron el en la cancha de Loyola University, en Baltimore, el pasado 20 de noviembre.

“A mí me llevó 30 años llegar a esta meta. No lo conseguí como estudiante y jugador del equipo del Northwestern High School. Volví a mi colegio como entrenador de unos muchachos buenos en la cancha y en el aula. Son jóvenes humildes, nacidos de padres inmigrantes o inmigrantes ellos mismo”, dice exultante de contento Víctor Ramírez.
Para Ramírez, quien ha sido delegado estatal y senador del estado de Maryland, hay que destacar que el fútbol de colegiales es un pasaporte que abre las puertas a las universidades. “Hace cinco años me hice cargo de unos chicos talentosos que usan al balón para mejorar sus vidas y construirse un futuro fuera de las canchas”.

Así se marcan los sueños
En el campo de juego, con un 2-1 a su favor, los chiquillos del Northwestern empujaron el balón a la red del oponente. Josué Guzmán (Piki), el capitán, tomó la delantera, el gol estaba servido a favor de los muchachos de Ramírez. Cinco minutos más tarde, el balón movido por Guzmán se encontró con la cabeza de David Villatoro y este mandó al arco el segundo gol de la ventaja. El torneo ya tenía un marcador 3-1, unos vencedores y un título.
En la vida diaria, el capitán del equipo es un joven de 18 años que tuvo que dejar de trabajar en la cadena de comidas Chipotle para dedicar más tiempo a los entrenamientos. Entre órdenes de burritos, tacos y quesadillas, su sueño de ser futbolista pesaba más. Se lo debe a su padre, Juan, por hacer de una naranja una pelota y del patio una cancha. El Piki, así lo llaman sus amigos, apenas tenía tres años.

“Soy realista, cuando era niño quería ser futbolista y jugar en las ligas profesionales, pero ahora sé que hay que tener un plan B en caso de que no resulten los sueños. Cuando me lesioné el pie estuve nueve meses sin jugar y mucha, entre ellos los fisioterapistas, me apoyaron, creo que estudiaré fisioterapia deportiva para nunca escaparme del fútbol”, dice Guzmán. A su haber tiene el mérito de ser parte de los semilleros de futbolistas de DC United y la experiencia de un mes de entrenamientos en la Academia de Levante, en España.
Según su entrenador, “Guzmán tiene futuro en las ligas de fútbol universitarias. Está a un nivel en el que puede jugar y estudiar y es bueno dando confianza y liderazgo a su equipo, esos son sus talentos”.

El fútbol como pasaporte
Guzmán y su compañero de campeonato Jefferson Estrada (16 años) crecieron adorando a Messi. Con un ligero cambio de verbos y complementos, los adjetivos para su ídolo son iguales: “es humilde, es calladito en la cancha y afuera de ella”. Saben que acaban de darle el séptimo balón del oro y eso les maravilla tanto como las medallas que estos chiquillos hijos de salvadoreños coleccionan en sus dormitorios.
“Tengo un montón de medallas porque casi nací jugando fútbol, pero la de este campeonato estatal la tengo separadita en un lugar especial, porque mi colegio llevaba 26 años de no ganar nada. Esto tendría que ser algo grande para el condado, para que vean que hay talento y den dinero para mejorar las canchas. Los jugadores de mi equipo siempre serán mis hermanos”, dice Estrada, a quien le gustaría alternar el balón con “algún tipo de ingeniería”.
Usar al deporte para pagar los estudios es una idea en la que Ramírez cree. Si son buenos futbolistas y además son buenos estudiantes, hay que hacer que esos talentos costeen los estudios. Esto no se consigue de la noche a la mañana ni se da por sentado que todos los jugadores amateurs entrarán a las universidades, pero la posibilidad existe.
“Si son responsables en los estudios y sacan buenas notas, jugar en el equipo del colegio tiene que ser el premio”, es el punto de vista de Ramírez. La fórmula no es tan simple, porque muchos jóvenes tienen que trabajar, otros son recién llegados y unos más se cambian de colegios. “Tener un equipo unido y dispuesto a luchar con ganas no se consigue en unos meses, sino en años”, asegura Ramírez, candidato a la concejalía del distrito dos de Prince George’s.

Se gana en equipo
En el fútbol no se gana ni con uno ni con dos. Se gana con 11, también con el entrenador y el técnico. “Con ese equipo es con el que se goza, se sufre y se hace lo imposible. Me acuerdo del número 8, Josué de la Paz, llegó este verano, no conocía a nadie y ahora es nuestro hermano. Es un orgullo salir campeones con muchachos como él con otros que llegaron el año pasado”, dice Guzmán.
A pesar del triunfo hay un hilo de frustración entre estos chicos al ver que mientras ellos ponen el talento futbolero, las posibilidades escasean. ¿Un ejemplo?, “en mi escuela la cancha es bonita, pero en otras escuelas es como estar jugando en tierra, eso es desalentador”.
Guzmán estos días juega en el Armory de Baltimore y hay rumores, cuenta su padre Juan, que el entrenador de la selección de El Salvador lo quiere en su lista. “Lo apoyo en todo, desde los tres años lo he tenido pisando canchas y este triunfo me da la razón”, dice Guzmán padre, un incondicional de su hijo en la cancha y fuera de ella. “Quiero que siga jugando, pero que también estudie”. Lo bueno es que Piki tiene la cabeza bien amueblada y sabe que las oportunidades son como un gol, no las puede dejar pasar.