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Los bancos centrales enfrentan un conjunto de decisiones difíciles

La inflación en el Reino Unido es la más alta en 30 años y en EEUU está en el peor nivel desde los años ochenta, algo que ha golpeado fuertemente el bolsillo de los consumidores. FOTO: EFE/EPA/ANDY RAIN.

En el corazón de la política monetaria existe generalmente una relación inversa entre la inflación y el crecimiento.

La última vez que la inflación en el Reino Unido fue tan alta como ahora, la libra esterlina estaba vinculada al ya desaparecido marco alemán.  En Estados Unidos, la tasa de crecimiento de los precios es la más alta desde 1982, fecha que los historiadores económicos consideran más o menos el final de la "Gran Inflación" de los años 70.  La inflación de la eurozona, por su parte, es la más alta de la historia del bloque monetario, lo que no es de extrañar si se tiene en cuenta el aumento de los precios del gas natural y el fantasma de una guerra inflacionaria en Europa.  Sólo Asia parece inmune a las presiones.

Está claro que los estímulos de emergencia ya no son necesarios para las economías con mercados laborales ajustados e inflación elevada. Sin embargo, los bancos centrales se enfrentan a decisiones difíciles sobre la rapidez con la cual elevar las tasas, y hasta que nivel hacerlo.  Si se adelantan demasiado, corren el riesgo de ahogar el crecimiento, sin hacer nada para contrarrestar las presiones de costos que tienen más que ver con los cuellos de botella relacionados con el Covid y con las tensiones geopolíticas.  Si actúan demasiado tarde, puede ser necesario un enfoque aún más agresivo para controlar la inflación.

A los banqueros centrales les preocupa que se forme una "espiral de precios y salarios", mientras los trabajadores intentan proteger su salario neto de los efectos del alza de los precios.  Un mercado laboral ajustado, alimentado por el dinero barato, podría hacer que se autogenere mayor inflación. Los trabajadores, conscientes de que los puestos vacantes están en un nivel récord en muchas economías avanzadas, podrían tratar de asegurarse de que sus paquetes salariales sigan el ritmo de los precios (aunque hay algunas dudas sobre si los trabajadores en los mercados laborales modernos y desregulados tienen la capacidad de negociar aumentos salariales que compensen el nivel de la inflación).  Sin embargo, cualquier ganancia salarial sería ilusoria y se desvanecería rápidamente al provocar, a su vez, una mayor inflación.

Combatir una espiral de precios y salarios lleva a los bancos centrales a un territorio de controversias.  Andrew Bailey, gobernador del Banco de Inglaterra, provocó una amplia reacción a raíz de sus comentarios de que los trabajadores debían ejercer la moderación salarial.  Un periódico sensacionalista llegó a calificarlo en portada como el "idiota de Inglaterra", junto con una referencia a su elevado salario. Pero aunque las palabras de Bailey fueron torpes, la labor de un banquero central es hacer de "policía malo" cuando se necesita.  Los tecnócratas no electos no necesitan caer bien.

Una preocupación mayor que la cuestión de las relaciones públicas es que un ajuste demasiado rápido provocará la misma situación que los bancos centrales desean combatir. Desde la década de 1980, algunos economistas han argumentado que, a largo plazo, el estímulo monetario sólo puede conducir a la inflación, no al crecimiento del ingreso real, lo que hace necesario que los banqueros centrales sean conservadores y, en beneficio de los trabajadores y de todos los demás, extremadamente sensibles a los riesgos inflacionarios derivados del aumento de los costos laborales.

Sin embargo, un creciente contingente de economistas sostiene que es precisamente este conservadurismo el que ha conducido a múltiples décadas de escaso crecimiento salarial. Centrarse excesivamente en la inflación puede conducir a una pérdida permanente de producción económica y productividad, dejando una marca en la economía.  En EEUU, el patrón de mayor crecimiento de los salarios nominales podría llegar a su fin, especialmente para los hogares con menores ingresos.  Esto no sólo podría ser malo para los trabajadores, sino que también interrumpiría la demanda necesaria para convencer a las empresas de que inviertan más.  Por si fuera poco, los problemas de suministro que causaron la inflación en primer lugar pueden que sigan presentes.

Estas son las decisiones de política monetaria más difíciles a las que se han enfrentado los banqueros centrales desde principios de los años ochenta.  Esto hace que sea vital mantener comunicación eficaz y evitar “metidas de pata” como la de los comentarios de Bailey.  Los trabajadores, al igual que las empresas, tienen derecho a actuar en su propio beneficio y buscar los mejores acuerdos que puedan.  Sin embargo, los banqueros centrales deben dejar claro que la política monetaria se ajustará y que siempre buscarán un nivel promedio del 2 por ciento de inflación; los trabajadores también deberían esperar que los bancos centrales hagan lo mejor que puedan.

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