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Chile puede volver a ser un ejemplo para el mundo en desarrollo

Gabriel Boric asumirá mañana el mando como nuevo presidente de la República de Chile. FOTO: EFE/Alberto Valdés ARCHIVO.

Boric buscará compaginar la justicia social con el crecimiento económico dentro de un marco ecológico.

Chile ha tenido una influencia desproporcionada en el pensamiento económico.  En el gobierno dictatorial del general Augusto Pinochet (1973-90), discípulos del credo del libre mercado de Milton Friedman fueron pioneros en políticas radicales como la apertura de la economía al comercio mundial, la privatización de empresas estatales y la creación de pensiones privadas. Margaret Thatcher era una admiradora.

La dictadura de Pinochet comenzó con un golpe de estado y terminó con un espantoso historial de derechos humanos: más de 3.000 asesinatos políticos y otros miles de torturados o exiliados.  Aquella época de represión fue afortunadamente enterrada con una transición pacífica a la democracia, pero las políticas económicas promercado de la dictadura han perdurado a través de sucesivos gobiernos electos.  Se les atribuye el mérito de haber convertido a Chile en una de las naciones del mundo en desarrollo más favorables para los inversionistas y en una de las economías de más rápido crecimiento, aunque con una desigualdad persistentemente elevada.

El viernes, Chile entra en una nueva era con la toma de posesión del presidente Gabriel Boric, un joven izquierdista que supone una clara ruptura con su antecesor, el multimillonario conservador de 72 años, Sebastián Piñera.  Al mismo tiempo, una asamblea especialmente elegida está reescribiendo por completo la constitución de la época de Pinochet.

La esperanza es que Chile pueda reinventarse para ofrecer niveles europeos de bienestar y justicia social, preservando al mismo tiempo el crecimiento económico y la inversión que se requieren para pagarlo.  El riesgo es que se alcancen niveles europeos de crecimiento y deuda, y que un Estado en rápida expansión tenga dificultades para financiarse y gastar con prudencia.

Tanto el nuevo gobierno como la asamblea constituyente son el resultado de las protestas que se produjeron en Chile a partir de octubre de 2019.  Los manifestantes exigieron una sociedad más justa e inclusiva, mejores servicios públicos y pensiones dignas.  Boric estaba entre los manifestantes y, a sus 36 años, pertenece a su generación.  Está profundamente comprometido con los derechos de las mujeres y los pueblos indígenas, así como con el respeto al medio ambiente.  Fue electo con una plataforma que busca aumentar los impuestos para financiar grandes mejoras en los servicios públicos.

A los inversionistas les asusta el giro a la izquierda que ha dado Chile.  Más de $50 millardos han salido del país desde las protestas callejeras y las empresas han aplazado proyectos importantes.  Boric ha intentado disipar los temores nombrando al respetado tecnócrata Mario Marcel como ministro de Economía y haciendo hincapié en la responsabilidad fiscal.

El nuevo presidente ha mostrado voluntad de estadista para sanar las divisiones causadas por las elecciones altamente polarizadas.  Ha criticado duramente a los regímenes represivos de Cuba, Nicaragua y Venezuela, para disgusto de sus socios minoritarios de la coalición, los comunistas.

Hasta ahora, todo va bien.  No obstante, hay retos de gran envergadura por delante.  La economía corre el riesgo de estancarse a medida que se retira el estímulo de la pandemia. Los precios récord del principal producto de exportación de Chile, el cobre, se ven más que compensados por el aumento de los precios de la energía. Boric carece de mayoría en el Congreso, donde cada proyecto de ley debe negociarse minuciosamente.

El mayor riesgo de todos es el resultado imprevisible de la asamblea constituyente.  Elegida durante la pandemia con una baja participación, está dominada por la izquierda radical y los independientes inconformistas. Las propuestas debatidas hasta ahora (aunque no aprobadas) incluyen la creación de 11 sistemas de justicia distintos para diferentes grupos indígenas, abolir la separación "burguesa" de poderes y la nacionalización de la minería.

Boric tiene una oportunidad única de demostrar que Chile puede volver a marcar tendencia a nivel mundial, esta vez creando una sociedad más justa y ecológica, al mismo tiempo que mantiene el crecimiento y la inversión privada.  Ese podría ser un nuevo modelo, tanto para América Latina como para el mundo en desarrollo.  Sin embargo, será necesario que Boric controle los vaivenes de la asamblea constituyente.

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