La invasión de Ucrania y los nuevos brotes de Covid en China amenazan el esperado repunte, especialmente en Europa
Se suponía que éste sería el año en que la economía mundial se recuperaría del shock del Covid-19. Para finales de 2022, las previsiones oficiales esperaban que las economías de EEUU, Europa y China casi hubieran vuelto a la senda que transitaban antes de la pandemia. Otras economías emergentes estaban rezagadas, pero también se esperaba que crecieran a altos ritmos y volvieran lentamente a la normalidad.
La inflación es un problema, sin duda, dijo el FMI en su evaluación de octubre, pero afirmaba que el rápido aumento de los precios “debe disminuir gradualmente a medida que se disipen los desequilibrios entre la oferta y la demanda en 2022 y responda la política monetaria de las principales economías”.
El fondo no era ingenuo. En su evaluación señalaba los riesgos geopolíticos y pandémicos, pero tenía esperanza de que se evitarían. Tres meses después de iniciado 2022, sin embargo, sus temores se han hecho realidad y la economía mundial se enfrenta ahora al riesgo de un fuerte deterioro.
La invasión de Ucrania por parte de Rusia está imponiendo un severo golpe estanflacionario que aumenta los precios al verse amenazado el suministro de energía y reduce los ingresos de los hogares y las empresas por el encarecimiento de los productos básicos.
Con la mayor guerra en suelo europeo en cerca de 80 años, la amenaza de una escalada socava la confianza para gastar y Europa debe hacer frente a una afluencia de refugiados aún mayor que en 2015. El regreso del coronavirus a China vuelve a amenazar las cadenas de suministro mundiales, lo cual amplifica las presiones al alza sobre los precios y a la baja sobre la producción.
Todos estos acontecimientos erosionan las perspectivas económicas mundiales. Sin embargo, también están teñidas de tanta incertidumbre que Mathias Cormann, director de la OCDE, dijo esta semana que la organización “no estaba en condiciones de presentar” sus habituales perspectivas económicas mundiales.
Nathan Sheets, economista en jefe de Citi a nivel mundial y antiguo funcionario del Tesoro de EEUU, se ha mostrado más dispuesto a hacer una estimación muy aproximada de los posibles daños. Antes de la guerra, se esperaba que el crecimiento mundial se situara en torno al 5 por ciento en 2022, pero Sheets considera que “si las tensiones [ucranianas] se prolongan o se intensifican aún más, las rebajas de las perspectivas de crecimiento de este año podrían tener que estimarse en puntos porcentuales”.
En todo el mundo, los responsables políticos han tomado medidas y se han orientado hacia una perspectiva más sombría. Hace poco más de un mes, Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, presentó una visión optimista de las perspectivas de la eurozona, prediciendo que “el crecimiento debería repuntar con fuerza”, pero esta semana ha cambiado de tono, afirmando que los últimos acontecimientos “plantean riesgos significativos para el crecimiento”.
Preocupado por el aumento de la inflación en EEUU, el presidente de la Reserva Federal, Jay Powell, inició una serie de subidas de las tasas de interés, afirmando que era “muy consciente de la necesidad de devolver la economía a la estabilidad de precios y estaba decidido a utilizar las herramientas para hacer exactamente eso”. El máximo responsable económico de China, Liu He, se mostró lo suficientemente preocupado por la situación como para realizar una inusual intervención el miércoles, prometiendo que el gobierno “impulsará la economía en el primer trimestre”, además de introducir “políticas favorables al mercado”.
Al estar más cerca geográfica y económicamente de Ucrania, la economía europea es la más vulnerable. Aunque la OCDE no elaboró previsiones, publicó una simulación de los efectos probables de la guerra, la cual indica que los cambios en los precios de las materias primas durarán todo el año. También estimó reducciones de crecimiento casi dos veces mayores en la eurozona que en EEUU. “Hay una diferencia real entre los precios del gas en EEUU y en Rusia, y el impacto es mayor [en Europa], porque depende mucho más del gas ruso”, afirmó Laurence Boone, economista jefe de la OCDE.
La organización simuló un golpe de 1,4 puntos porcentuales en la economía europea en 2022, basándose en los efectos que se han producido hasta ahora, pero los funcionarios temen que esto subestime el verdadero impacto económico. Aunque los precios del petróleo han bajado esta semana, en parte como consecuencia del empeoramiento de las perspectivas económicas mundiales, los funcionarios no se sienten muy reconfortados por esta evolución.
En declaraciones privadas al Financial Times, un alto funcionario económico europeo se mostró preocupado por “el efecto en la confianza realmente grande” que se verá en los hogares y las empresas una vez que se sientan las verdaderas consecuencias de las acciones de Rusia y las interrupciones en las cadenas de suministro europeas.
El funcionario añadió que el conflicto también requerirá una enorme solidaridad paneuropea, ya que Polonia y otros países de Europa del Este se enfrentan a la mayor carga en cuanto a dar alojamiento y apoyo para los 3 millones de refugiados que ya han cruzado la frontera ucraniana y se esperan muchos millones más.
Los gobiernos europeos ya están reforzando sus políticas en un intento por proteger a los hogares de algunos de los peores efectos generados por el aumento de los precios de las materias primas sobre su nivel de vida. Los gobiernos de Francia e Irlanda han acordado subvencionar el incremento del costo del combustible y Alemania ha señalado que pronto hará lo mismo.
No obstante, estas acciones no evitan que los efectos económicos de la invasión sean bastante pronunciados para los consumidores y las empresas. Los fabricantes de automóviles alemanes han paralizado sus fábricas debido a la escasez de piezas fabricadas en Ucrania y en algunos supermercados italianos incluso falta la pasta. Los camioneros españoles se han ido a huelga esta semana en protesta por el elevado costo del combustible, lo que ha provocado estantes vacíos en los supermercados.
Herbert Diess, director ejecutivo de Volkswagen, declaró esta semana al FT que una guerra prolongada en Ucrania podría ser “mucho peor” para la economía europea que la pandemia del coronavirus, debido a la interrupción de la cadena de suministro, la escasez de energía y la inflación.
Las cadenas de suministro mundiales ya se han visto fuertemente interrumpidas por la pandemia y los cuellos de botella, pero la guerra en Ucrania supone un nuevo riesgo para el suministro de materiales clave. Por ejemplo, Ucrania suministra el 70 por ciento del gas neón, necesario para el proceso de litografía láser utilizado para fabricar semiconductores, mientras que Rusia es el principal exportador de paladio, necesario para fabricar catalizadores.
El peor escenario previsto por los economistas y los bancos centrales es que se corte el suministro de energía rusa a Europa. Jan Hatzius, economista en jefe de Goldman Sachs, calcula que una prohibición de la UE a las importaciones rusas de energía provocaría un golpe del 2,2 por ciento a la producción y desencadenaría una recesión en la eurozona, definida como dos trimestres consecutivos de contracción económica.
Rishi Sunak, canciller del Reino Unido, dijo a sus colegas que el golpe sería mayor y provocaría rápidamente una caída de £70 millardos, o el 3 por ciento del producto interno bruto del Reino Unido, debido a los estrechos vínculos que todavía tienen con la economía europea continental.
Aunque había esperanzas de que la economía europea pudiera crecer más rápido que la estadounidense en 2022, ahora pocos lo creen probable. El ex vicepresidente del BCE Vitor Constâncio advierte que si se pierde la confianza, es posible una recesión independientemente de lo que ocurra en la guerra. “Con la escasez cuantitativa, el crecimiento podría bajar aún más y quizás incluso volverse negativo este año, porque habría pánico y las expectativas y los ánimos emprendedores se verían reducidos, mientras que el ahorro aumentaría”.
Pocos responsables políticos están aún en modo de pánico, pero, al estar lejos de Europa del Este, todos buscan ahora mantener la confianza para evitar resultados económicos mucho peores en 2022. Las acciones difieren, porque los problemas no son uniformes en las principales economías.
En contraste con Europa, la economía estadounidense está funcionando en recalentamiento, con una tasa de desempleo del 3,8 por ciento en febrero, casi en su nivel anterior a la pandemia del 3,5 por ciento, y una inflación que alcanzó el mes pasado un máximo en varias décadas, con los precios al consumo un 7,9 por ciento más altos que un año antes.
Luego de imponer la primera subida de tasas de interés desde la pandemia, la Fed señaló esta semana que su intención es aumentar un cuarto de punto seis veces más este año y tres más en 2023. El objetivo, a ojos de la Fed, es hacer que la política monetaria sea restrictiva por primera vez desde la crisis financiera mundial (2008), con tasas de interés cercanas al 3 por ciento.
La enormidad de este giro hacia la búsqueda de la desaceleración de la economía estadounidense puede verse en lo mucho que ha cambiado el mensaje de la Fed. Hace un año se esperaba que las tasas de interés apenas llegarían al 0,5 por ciento a finales del próximo año.
Aunque en EEUU la política monetaria está asumiendo gran parte de la presión para tratar de guiar la economía en un momento difícil, en todo el mundo se reconoce cada vez más que la política fiscal es probablemente más adecuada para restaurar la confianza en las estructuras económicas.
EEUU no puede ofrecer fácilmente más estímulos para una economía recalentada, pero esa opción debería utilizarse en Europa, según Reza Moghadam, asesor económico jefe de Morgan Stanley. “La herramienta de política realmente tiene que ser fiscal esta vez”, dijo, y añadió que hay un límite en lo que se puede lograr. “Los gobiernos pueden compensar algunos de los costos para los consumidores y las empresas, pero es difícil compensar el impacto en el comercio o el golpe a la confianza por el aumento de los costos energéticos”.
La OCDE estimó que el poder de fuego fiscal -estímulos en Europa y China mientras se retrasa la consolidación en EEUU- sería suficiente para reducir a la mitad los golpes directos a la producción económica derivados de la guerra en Ucrania y eso no sería inflacionario si se dirigiera a los hogares más pobres, que se ven mucho más afectados por el aumento de los costos de los alimentos, la calefacción y la electricidad.
La señal de China de que presentaría un paquete de ayudas ante la amenaza de que la ola de Omicron extienda los cierres en amplias zonas del país se produjo en el momento en el cual el gobierno también puso en pausa los planes para aumentar la aplicación de prueba de un nuevo impuesto a la propiedad. Las promesas de Liu de apoyar la economía fueron poco concretas, pero frenaron un desplome en la bolsa china, aun cuando los analistas no estaban convencidos de que el Gobierno fuera a poner fin a su férrea revisión del marco regulatorio empresarial.
En EEUU, la administración se inclina más por intimidar a la industria. El presidente Joe Biden recurrió a Twitter esta semana para arremeter contra las compañías petroleras estadounidenses por no haber bajado rápidamente los precios del combustible para los conductores en los surtidores cuando los precios mundiales del petróleo se redujeron. “Las empresas petroleras y de gas no deberían aumentar sus beneficios a costa de los estadounidenses que trabajan para vivir”, dijo.
Nadie está seguro de que ellos sepan cómo van a funcionar estas respuestas políticas, elaboradas a toda prisa ante una realidad económica que cambia rápidamente. Todo lo que la mayoría de los economistas están dispuestos a decir es que el panorama mundial en 2022 será peor de lo que esperaban anteriormente y que el grado de deterioro dependerá de la guerra.
Como escribió esta semana Joseph Capurso, jefe de economía internacional del Commonwealth Bank of Australia: “La guerra, por encima de todo, es la máxima expresión de la política. Los políticos, más que los empresarios o los burócratas, han tomado decisiones que, si no se revierten, podrían tener profundas implicaciones para la economía mundial a corto y largo plazo”.
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