Hay una historia no contada. La han escrito, idealizado, construido, trabajado, llorado y reído millones de latinos en Estados Unidos, durante más de 500 años. Sin embargo, solo hay un hombre, Jorge Zamanillo, quien tendrá a cargo dirigir en los siguientes años la monumental tarea de poner en escena quiénes son los latinos y sus invalorables cuotas para engrandecer esta nación. Lo hará en un museo.
Zamanillo es el primer director del Smithsonian’s National Museum of the American Latino. En esta colosal tarea no estará solo, pero este arqueólogo será el rostro visible de un proyecto cultural aprobado sin parangón en la historia de los hispanos en Estados Unidos.
Es hijo de inmigrantes cubanos que llegaron a Nueva York buscando la libertad. Nació en 1969 en Washington Heigths, al norte de Manhattan, en Nueva York. Sin embargo, Zamanillo es solo neoyorquino de nacimiento; culturalmente y emocionalmente es el chiquillo que creció y se hizo mayor en la Pequeña Habana, en Miami.
Allí llegó la familia a quedarse cuando el crío tenía seis años. La infancia se fue correteando y jugando en la calle con su hermano, dos hermanas y los amiguitos del barrio. “Lo hacíamos sin juguetes porque el dinero no sobraba”.

No ha vuelto a experimentar esas carencias y, sin embargo, no deja de sentir nostalgia por esos tiempos donde solo se necesitaban las manos y el ingenio para ser felices.
“Como mucha gente en esos tiempos mis padres vinieron a Estados Unidos en 1966. Con los años bajaron al sur persiguiendo el sol y las temperaturas tropicales. El Miami de 1976 era muy diferente al de ahora. No tan diverso, sin muchos cubanos”. Fue entre los 80 y 90 cuando empezó a notar la transformación de la urbe que con los años se ganó el seudónimo de la ciudad más septentrional de Latinoamérica.
Jorge Zamanillo Trompetista, antropólogo, arqueólogo y museólogo
Quien fue curador de arte del Museo de Historia Miami y más tarde presidente y director ejecutivo es producto de las escuelas públicas. “Crecimos en una burbuja, no viajábamos, no íbamos de vacaciones ni sabíamos mucho de lo que estaba pasando”. Cuando descubrió que afuera había un mundo inmenso sintió la ansiedad de quien había perdido tantas oportunidades.
En ese entorno que sin ser hostil no ofrecía mucho para interesarse por la antropología y la arqueología o los museos, Zamanillo tenía la arcilla, la madera y el yeso en casa. Su padre, José, era escultor. Aunque no está seguro tal vez de allí heredó la sensibilidad para asomar su cabeza a la ventana de la historia y para al ver al mundo a través de los ojos del arte. Primero se hizo antropólogo y después arqueólogo.
Se metía al taller de su padre a ensuciarse sus dedos con arcilla o con yeso. Todavía le gusta esculpir un trozo de madera. Promete que cuando ya esté asentado en su casa en DC destinará un espacio para dejar que su imaginación y sus manos vuelen.
Desde tiempos del colegio era un consumado trompetista y a esa virtud le sacó brillo para pagarse los estudios universitarios y su sobrevivencia “Tocaba en una banda de salsa en la secundaria y en el Miami Dade College con diferentes bandas, cada noche de jueves, viernes y sábado. Hasta obtuve una beca para estudiar música”.

Un viaje a Washington DC fue un punto y aparte para sus planes profesionales. “Estaba por cumplir los 19, era invierno, había nieve y yo en chaqueta vaquera y pantalón jean. Mis refugios fueron los museos del Smithsonian”.
Allí, entre piedras preciosas, esqueletos de dinosaurios, algunas obras maestras de Manet, Jan van Eyck y las esculturas de Rodin ocurrió algo mágico. “Estaba atónito, no lo podía creer que pudieran existir museos tan grandes. Volví a casa y cambié la música por la antropología”.
Se ofreció como voluntario para explorar en sitios arqueológicos en el sur de Florida. Cada pieza descubierta era motivo de éxtasis e intriga. Completó esos estudios de antropología y arqueología en la Universidad Estatal de Florida, en Tallahassee. Su maestría en museos la hizo en University of Leicester, en Inglaterra.
Un museo para que se sientan como en casa
Cuando llegue el gran día y las puertas del Museo Nacional Latino en DC se abran de par en par, a Zamanillo le encantaría que para el público sea como cuando, de la mano de su padre, iba a la librería pública y se quedaba extasiado de tantos títulos y portadas de libros que había por descubrir.

“Mi objetivo es mantener viva esa pasión y la energía por los siguientes 10 años. Para ese entonces quizá ya tendré nietos y ellos podrán visitar el museo. Que sepan que están entrando a su casa, que no se sientan intimidados y se reconozcan. Que todo aquel que nos visite al fin logre hacer la conexión que yo no podía hacerla en la clase de historia del colegio. Había algo que faltaba y me encantaría que la encuentren en el museo".
En lo personal para él también será un reencuentro y un reconocimiento de lo duro que fue para sus padres adaptarse y sobrevivir en este país, sin renunciar a la fidelidad a los principios y a la creatividad. Eso es lo mejor que heredaron a sus hijos.
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