Era una niña sentada junto a la ventana del avión, rumbo a El Salvador. No se interesó en los copos de nubes ni en el cielo azul al alcance de sus manos, sus ojos los tenía pegados mirando los alerones que como pestañas se abrían y cerraban sobre las alas.
Ángela Valladares no tenía idea que bajo las alas están los motores que mantienen a flote el avión. La curiosidad de saber qué hay dentro de esas turbinas la atrapó, con los años supo que los aviones eran como los carros con unas máquinas que reparan los mecánicos. ‘Quiero ser mecánica de aviones”, se dijo.
En la casa de los Valladares, por necesidad, había que ser prácticos, no sobraba el dinero para profesiones inalcanzables y la joven se encaminó hacia la escuela de enfermería, pero su interés por los aviones no se curó con la edad ni con un título de asistente clínico, que lo obtuvo en Sanford Brown Institute.

Sin miedo a la incertidumbre, los horarios de madrugada ni fines de semana, Valladares se matriculó en la Universidad del Distrito de Columbia buscando un título de técnica de mantenimiento de aeronaves (mecánica de aviones) y se propuso conseguir un trabajo en el Aeropuerto Nacional Ronald Reagan.
Como en una tienda de chocolates
“Nací en el condado de Prince George, mis padres son salvadoreños y soy salvadoreña de corazón. Me tomó tiempo entrar a American Airlines, una vez que lo logré supe que había encontrado mi camino. Me fascina tanto mi trabajo que me siento como una niña en una tienda de chocolates”, dijo la profesional.
Valladares es especialista en logística de materiales y está en el último semestre para obtener la licencia de fuselaje y planta de potencia (Airframe and Powerplant License). Si la comparación lo permite, su trabajo es como la enfermera que asiste al cirujano durante una operación en el quirófano. Tiene que saber el nombre de cada pieza y para qué sirve cada herramienta.
Después de cada aterrizaje los aviones son sometidos a chequeos de rutina y es en esos momentos cuando Valladares entra en acción. “Si un técnico de mantenimiento necesita un tornillo o una llave dinamométrica me la pide. Debo asegurarme de que haya suficiente surtido de estas piezas o pedimos que nos envíen repuestos desde otros aeropuertos. Nos aseguramos de tener todo lo que los mecánicos necesitan para arreglar la aeronave en las noches. Quiero ser esa técnica para que nuestras familias viajen seguras por los cielos, y lo que me satisface es que ya estoy al umbral de mi sueño”.
Sí hay latinas, pero pocas
Valladares fue una de las homenajeadas durante el Festival Global de las Latinas en Aviación, que se realizó el pasado 14 de septiembre en el Museo de Aviación en College Park. Su nombre ya está en el cuarto libro de las mujeres que a su manera construyen la historia de la industria aeronáutica en Estados Unidos.
“En las profesiones de aviación hay muy pocas mujeres y las latinas somos menos aún. Conozco chicas como yo que tienen temor de explorar una industria dominada por hombres. No niego que puede ser intimidante, pero a mí que me encantan tanto los aviones las animo a que persigan su sueño y sin miedo”, dice Valladares. ¿Su consejo?: “No se desanimen, es importante comunicarse, creen redes de apoyo con otras mujeres y piérdanle el miedo porque al final del día esta es una carrera gratificante”.

Con un título de asistente clínico lo natural era emplearse en una clínica o en un consultorio, a cambio Valladares escogió ser agente de rampa en el aeropuerto, se puso a cargar y descargar equipajes, siempre pensando en llegar hasta el departamento de materiales para estar más cerca de los mecánicos y lo consiguió. “No voy a negar que al principio me asustaba ese entorno, pero nada se pierde con intentarlo”.
Ya tengo una mentora
Mucho de su trabajo es nocturno, porque los aviones están en tierra y es cuando los mecánicos hacen sus inspecciones y reparaciones. Sin mentores y sin la confianza de sus padres nada parecía fácil. “Mi hija de pequeña era callada, estudiosa y le encantaba comer pizza. Viéndola crecer vi a una jovencita luchadora que no se desanima fácilmente y entendí que tenía que apoyarla”, contó Sandra Hernández, madre de Valladares y empleada de limpieza, lava platos “y de lo que sea” en el club de la aerolínea Delta en el aeropuerto Ronald Reagan.
Hernández les repetía a sus hijas que solo los estudios las iban a sacar adelante “para que no se pasen la vida lavando platos como yo”. Una es soldadora y otra dirige un centro de cuidados.
Valladares es inquieta y entradora, hace poco llamó Evie Garcés, vicepresidenta de mantenimiento de American Airlines y la primera mujer latina en ocupar ese cargo. “Ahora sí ya tengo una mentora, me dio muchos consejos, me ha inyectado de seguridad y me ha hecho sentir muy bien”.
Con su vida encaminada hacia una profesión que una vez que se está adentro es bien pagada, Valladares espera graduarse en los primeros meses del próximo año. Ese título y lo logrado hasta hoy se los dedicará a su madre y a su abuela. “Todo lo que hago es por ellas y mi sueño es decir un día: ‘Mamá, ya puedes relajarte. Vamos a viajar por el mundo en agradecimiento por todos tus sacrificios’”.