El acuerdo anunciado por el secretario del Tesoro, Scott Bessent, reduce de forma inmediata los aranceles efectivos a China: del castigo récord del 145 % aplicado en abril se pasa a un 35 % durante 90 días. El mensaje oficial es claro —“ni Estados Unidos ni China quieren desacoplarse”— y el objetivo igual de explícito: evitar que el comercio bilateral se congele y que los precios se disparen para las empresas que dependen de importaciones.
Oxígeno para el consumo y el crecimiento. Economistas citados por el WSJ señalan que la rebaja aleja, al menos de momento, el riesgo de recesión. Con tarifas más bajas, las compañías importadoras evitan un salto súbito en costos y el consumidor esquiva un nuevo golpe inflacionario. El pacto también suspende, de facto, la estrategia de “shock” que buscaba reindustrializar EE.UU vía aranceles prohibitivos: durante estos tres meses, la economía vuelve a su patrón familiar de gran compradora de bienes extranjeros.
Una ventana de 90 días, sin garantías. La prórroga no es definitiva. Bessent la presenta como paso hacia “un acuerdo comercial duradero”, pero el texto deja claro que la pausa es temporal y su renovación dependerá de avances tangibles. Si en julio no hay resultados, los aranceles podrían regresar a niveles máximos, reactivando la incertidumbre. Por ahora, el mercado gana tiempo: suficiente para ajustar inventarios y precios, aunque nadie descarta tener que volver a recalcular en muy poco.
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