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Mujer muerta en DC pensaba regresar a El Salvador junto a sus hijos

Veralicia Figueroa estaba muy cerca de cumplir su meta añorada. Después de años de trabajar sirviendo en casas del área metropolitana de Washington, DC, para ayudar económicamente a sus hijos en El Salvador, la inmigrante se disponía a regresar a su país.

Figueroa, de 57 años, llevaba meses hablando de sus planes, contándoles a sus allegados y amigos, con orgullo, que sus hijos se habían podido graduar de la Universidad y que comenzaban a construir sus carreras. Su hijo trabaja como ingeniero de mantenimiento para Kimberly-Clark International en San Salvador y su hija trabaja como supervisora de productos en un hospital privado también de la capital salvadoreña.

En unos pocos años, Figueroa solía contar, regresaría a El Salvador con el hombre con quien se casó en Estados Unidos, y la familia volvería a estar unida.

“Ya tengo mi casa propia allá”, le había comentado con alegría a una persona cercana, poco antes de morir.

La semana pasada, la policía de DC confirmaría que Figueroa había sido una de las víctimas del cuádruple homicidio ocurrido en un vecindario del noroeste de Washington.

Los cadaveres se descubrieron el jueves, 14 de mayo, por la tarde cuando los bomberos acudieron a una casa en llamas ubicada en el bloque 3200 de Woodland Drive. Los muertos eran Savvas Savopoulos, de 46 años, su esposa Amy, de 47, su hijo Philip de 10 años, y la mujer que trabajaba en el servicio doméstico, la inmigrante salvadoreña Veralicia Figueroa, de 57 años, residente en Silver Spring, Maryland.

Esas muertes devastaron a dos familias y las investigaciones están hoy plagadas de más preguntas que respuestas.

Las autoridades buscan a “una persona de interés” que al parecer fue vista conduciendo un carro deportivo Porsche que pertenecía a los Savopoulos.

La familia de Figueroa vive hoy sumida en la tristeza y la desesperación.

“Estoy muy apenado”, dijo el lunes 18 de mayo Bernardo Alfaro. “No quiero hacer nada”.

Los familiares de Figueroa contaron que la mujer había inmigrado a Estados Unidos en 2002 después de que el fracaso de su primer matrimonio la dejara a ella y a sus hijos en la extrema pobreza.

“No había dinero”, contó su hijo, Néstor Ulises Rivas, de 30 años. “No había nada para comer”.

Figueroa era una mujer que había sufrido la brutalidad de 12 años de guerra civil en El Salvador y les aseguró a sus hijos, entonces adolescentes, que su vida sería mejor que la que a ella le había tocado vivir.

Figueroa voló a Houston, sin visa de turista. Trabajó en lo que pudo hasta que contactó con amigos en el área de Washington. Aquí pronto encontraría trabajo en el servicio doméstico en diferentes casas. También se encontró con alguien inesperado: Alfaro, un amigo de la infancia en su Suchitoto natal.

Antes de que terminara la guerra civil en 1992, cientos de sus habitantes —incuidos Figueroa y Alfaro— se vieron forzados a escapar la extrema violencia que asoló la region.

Pero en Washington, Alfaro y Figueroa se enamoraron y comenzaron a construir una vida juntos, contó su hijo. Se casarían en 2008.

Desde su hogar en Silver Spring, Figueroa enviaba a sus hijos $100 cada semana, a veces más. Ese dinero se iba en comida y otros gastos mientras estudiaban en la Universidad.

Mientras, Figueroa se preocupaba por la violencia que —aunque ya no había guerra— seguía asolando al país y haciendo de El Salvador una de las naciones más peligrosas de Latinoamérica. La mujer se iba con frecuencia a la National Cathedral de Washington —junto al hogar de la familia Savopoulos para la que trabajaba— y allí oraba por el bien de sus hijos.

Cuando consiguió la residencia legal, Figueroa voló a El Salvador a ver a su hijo y a su hija. Allí pasaron la Navidad y sus cumpleaños en enero.

Con frecuencia enviaba cajas con ropa que le entregaba la familia Savopoulos o que ella misma compraba, contó Rivas. Además, cuando iba a El Salvador siempre donaba ropa y dinero a las Iglesias locales.

“Mi mamá ayudó a mucha gente”, dijo Rivas. “Muchas veces, veía personas en la calle y les daba dinero para comida, ella dejó una gran marca en muchas personas”.

Cuando sus hijos se graduaron de la universidad, Figueroa empezó a sentir cada vez más deseos de regresar a El Salvador, dijo Nelitza Gutiérrez quien también trabajó para los Savopoulos y era muy amiga de la difunta.

“Estaba sintiendo mucha presión con el trabajo”, dijo Gutiérrez. “ Ella solía decir que no iba a pasar el resto de su vida en este país”.

Para entonces, Rivas y su hermana ya habían ganado suficiente para tener una casa en las afueras de San Salvador, lejos de la violencia.

“Esta casa es más cara pero es más segura”, explicó Rivas. “Merecía la pena darle a ella la tranquilidad de que vivíamos en una zona segura. Eso es por lo que ella había trabajado toda su vida”.

Rivas dijo que ellos no estaban preocupados por la seguridad de su mamá porque  trabajaba en un vecindario considerado de los más seguros de DC, localizado cerca de la casa del vicepresidente de Estados Unidos y junto a otras mansiones.

Por eso, en parte,  la impresión cuando recibieron la llamada de Alfaro fue enorme.

Rivas no había sabido nada de su madre por dos días, contó Alfaro, y en las noticias se decía que cuatro personas habían muerto en un incendio en la casa. “Tal vez ella estaba en la casa en el momento en que se produjo el incendio”, le contó Alfaro a la familia en El Salvador.

Aquel mismo día, la policía le mostraría a Alfaro una foto con el cuerpo sin vida de Figueroa. El hombre entonces llamó de nuevo a El Salvador para confirmar que la mujer había muerto.

La familia ahora espera por los trámites que gestiona el consulado de El Salvador en Washington para enviar el cuerpo a su país. Un proceso que puede llevar dos semanas.

Cuando su madre llegue, dijo Rivas, estarán esperándola.

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