María Gómez es enfermera de profesión y defensora del derecho a la salud por convicción.
Desde muy joven se impuso una dieta de infatigable activismo, con un sueño en mente: “que la buena atención en salud sea para los pobres también”.
Cuando vio que ser enfermera no era suficiente, encaminó sus inquietudes de justicia social más allá de lo que sus manos experimentadas en dar alivio podían alcanzar. Se propuso crear Mary’s Center, la red de clínicas comunitarias más grande el área metropolitana. Corría 1988 y Gómez bordeaba los 30.
Con 800 empleados y más de 60 mil pacientes, cuya salud está bajo la atenta mirada de Mary’s Center, recibió un homenaje y este 31 de diciembre se irá por la puerta grande con la certeza del deber cumplido.
Llegó a Estados Unidos a los 13 años de la mano de su madre Elvira Gómez, a quien se le fue la vida limpiando casas y hospitales de domingo a domingo. La violencia le arrebató a su padre, Marco Tulio Gómez, en el país del realismo mágico, Colombia.
A esa edad no tuvo que luchar tanto contra el síndrome de criatura arrasada por el desarraigo. Aprendió rápido el inglés y con esa barrera derribada vinieron las buenas calificaciones en Gordon Junior High School (hoy Duke Ellington School). La niña escuchó a mamá eso de “no quiero que aprendas a mover esas curvas porque eso solo te meterá en problemas”, por eso cree que es la única colombiana que no sabe bailar. A cambio se entretenía con la idea de estudiar medicina.
Por un tiempo fue enfermera a domicilio, en hospitales y en la Cruz Roja. “Agradezco no haber estudiado para médico, porque me habría costado montones de dinero y me hubiera dejado sin tiempo para compartir con mami, que ya empezaba a sentirse malita”.
Lo que no le obedeció a su madre fue que solo trabajara y dejara el activismo para otros. Convencida de que la política, la salud y la educación eran inseparables se negó a vivir en la zona templada que podía proporcionarle su profesión obtenida en Georgetown University.
Nadie iba a decirle lo contrario a quien veía llegar a DC tantas vidas rotas desde El Salvador y Guatemala.
“Llegué con una green card y en avión, eso era un privilegio.

Ellos venían arrastrando bultos de sufrimiento. Tenía que devolver lo que me habían dado”. No puede más, por varios segundos hablan su silencio y las lágrimas que sus ojos no logran atajar. “Ver llegar a mujeres solas, embarazadas, viudas, violadas y sin nada de nada me empujó a abrir esta clínica”.
“Ver llegar a mujeres solas, embarazadas, viudas, violadas y sin nada de nada me empujó a abrir esta clínica”
Había una lógica de profundo contenido social y filosófico en su cabeza: “si cuidamos a las mujeres y a los infantes, cuidamos a los hombres y a la nación” y avanza un tramo más: “un país con salud y educación es un país en paz”. Si su madre aún viviera lo simplificaría mejor, “mija, con salud se hace todo”.
Al principio dejó de ganar un salario necesario para pagar la renta y la deuda estudiantil, pero su idea era más intensa. Apremiaba aliviar el trauma de tantas mujeres violadas y embarazadas, que ni siquiera podían abrir la boca para describir tanta tragedia y que su peor pesadilla era que las regresen a sus países.
El sacrificio valió la pena.
Para muchas, esta mujer era casi el ángel que convirtió a un sótano del barrio de Adams Morgan, en el oasis donde las entendían y les ofrecían cuidado prenatal. “Lo repetiría 100 veces más, porque cada madre y niño saludables atendidos en nuestros centros valen tanto como los demás”.
¿Qué si hubo barreras?, muchas, pero de esas no se acuerda, porque los logros son los que cuentan y en el caso de Gómez falta tinta y papel: empezó apenas con 10 personas y unos $250 mil de presupuesto anual, hoy son $80 millones y un listón interminable de hispanos y no hispanos que han nacido y seguirán naciendo en los cinco centros de salud o que llegan para que les controlen la diabetes, la hipertensión, les ofrezcan salud mental, dental y visual; y enestos últimos 19 meses para que los salven del coronavirus y les pongan la vacuna.
Puestos a elegir, las embarazadas, los niños y los ancianos han sido la razón de sus desvelos.
Tiene otra alforja llena de logros y que conste que de estos ni se acordó de mencionarlos, porque cuando creó Mary’s Center no lo hizo pensando en que más tarde alguien tendría que agradecerle.
En 2012, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, le entregó la Presidential Citizen Medal, el segundo honor más alto para un ciudadano civil; y la escuela de salud pública de Berkeley University la nominó entre los 75 graduados más influyentes en 2018 y como estos reconocimientos hay más.
“Me encantaría trabajar para que más niños latinos y afroamericanos lleguen a las universidades mejor preparados”
En lo personal su gran obra es su hija, Amalia Elvira Gómez, ella sí será una cirujana. Estudia en la universidad de Michigan, con todos gastos pagados con becas. Como dicen que la manzana no cae lejos del árbol, ella también está pensando en abrir un centro para hacer operaciones gratis.
Es difícil creer que esta mujer, que ha liderando durante 33 años a Mary’s Center, por la que han pasado presidentes, primeras damas y alcaldes, ahora se retire a limpiar el armario o, al fin, aprender a cocinar. Por cierto, “te cuento que el ajiaco y una cacerola de atún con champiñones me salen muy ricos”.
Lo primero que hará es visitar y consentir más a su hija, dedicarle tiempo a su esposo, Miachael Rexrode, seguir haciendo senderismo, contemplar, los pajaritos, la luna y las estrellas sin tanto zarandeo ni comiendo prisas.
“Si cuidamos a las mujeres y a los infantes, cuidamos a los hombres y a la nación”
“No quiero ser consultora, porque no encontré que las consultorías eran de gran ayuda en Mary’s Center. Me encantaría trabajar para que más niños latinos y afroamericanos lleguen a las universidades mejor preparados. También en algo de filantropía porque falta que los latinos se involucren; y quizá escribir un libro”. Pues dicho está: Gómez no se quedará a vivir de la memoria. Lo ha demostrado con creces que si hay la necesidad hay que empezar el proyecto, después ya se buscará de dónde.
