Cuando ciertas actitudes y posicionamientos y palabras en el contexto del devenir electoral hace necesario romper la neutralidad o el beneficio de la duda con un candidato político es bueno declarar las causas que nos impulsan a la separación.
Es obvio, como se dice en la Declaración de la Independencia de Estados Unidos del poder colonial británico, que todos los seres humanos han sido creados iguales y con derechos inalienables, como la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Y para asegurar esos derechos y evitar la opresión de quien los amenaza, reside en las manos de los ciudadanos —y de quien esto escribe y opina— la facultad de alterar y romper cualquier tipo de relación con políticos —o aspirantes a gobernarnos— y decidir actuar cívicamente en su contra.
Esa actuación cívica, por medio del voto, en este ciclo electoral, es compleja dado que quien esto escribe no ha conseguido depositar su total confianza en la alternativa. Pero el voto es necesario y nuestro voto es Hillary Clinton. La única alternativa.
¿Por qué no Donald J. Trump? Porque cuando un largo tren de abusos, insultos, amenazas y claros trazos de despotismo por venir, es mi derecho, y es mi deber, como comentarista y como ciudadano derrocar la figura opresiva que se levanta ante mi.
La historia del candidato presidencial estadounidense es un relato de daños y perjuicios a la estabilidad democrática y emocional de todo un país ejercido mediante la tiranía de las palabras y las falsedades que solo abrigan odio hacia otros conciudadanos y miembros de la comunidad global.
Trump ha juzgado y condenado en la plaza pública del fanatismo a contrincantes políticos, jueces, medios de comunicación, inmigrantes y otros seres humanos.
Trump ha sembrado de dudas y teorías conspirativas, sin fundamento alguno, al tejido judicial y a las estructuras democráticas de este país proyectando una luz de descrédito y desprecio sobre muchos servidores públicos.
Trump ha manipulado la historia reciente de Estados Unidos para hacernos creer —como creen los militantes de organizaciones racistas y neo-Nazis que asisten a sus concentraciones— que el Gobierno presidido por un afroestadounidense es pro-islamista y busca destruir a la raza blanca.
Trump ha insultado a nuestros políticos democráticamente elegidos y al actual liderazgo de la nación no solo con palabras denigrantes, sino que ha dicho de ellos que son menos competentes y menos líderes que los caudillos de dudosas democracias, algunos de ellos representantes de países que mantienen una tensa relación con Estados Unidos.
Trump —como en su día hizo el rey colonial británico— se ha posicionado contra los nuevos estadounidenses cuestionando prácticas migratorias legales en el país, oponiéndose a leyes que abrirían una puerta a la esperanza para millones de indocumentados con familia en Estados Unidos, rechazando el principio constitucional de la ciudadanía por nacimiento y cubriendo con el manto de la duda a todos aquéllos que aspiran al Sueño Americano.
Trump ha cuestionado la independencia del poder judicial, uno de los pilares de nuestra democracia.
Trump ha cultivado y agrandado durante la trayectoria de su campaña presidencial la relación con grupos que hacen del racismo y del odio cultural su bandera y, de esta manera, si llegara a la Casa Blanca traería como compañeros de viaje a ideólogos que contradicen los principios fundacionales de este país y las actuales bases y enmiendas constitucionales.
Trump ha amenazado con tomar decisiones bélicas y de agresión internacional que solo un dictador estaría capacitado para ejecutar.
Trump ha llamado a la insurrección entre los propios estadounidenses con tácticas y retórica de una hostilidad entre connacionales de consecuencias impredecibles.
Trump es un candidato cuyo carácter viene marcado, en cada acto y en cada palabra, por lo que define a un tirano y esto le descalifica para ser el gobernante de un pueblo libre.
Por todo eso yo, un servidor y humilde columnista en nombre del derecho inalienable a la libre expresión solemnemente publico, declaro y recomiendo votar, pero nunca votar por el candidato republicano Donald J. Trump para la presidencia de Estados Unidos. Y así, en libertad y con la responsabilidad de hacer seguimiento de nuestro voto, involucrándonos cívicamente en el mandato del próximo presidente para pedirle cuentas cada día de su Gobierno, pido el voto por la candidate demócrata Hillary R. Clinton para la presidencia de Estados Unidos.
Avendaño es director de el Tiempo Latino