En tiempos de coronavirus, el personal médico está en primera fila luchando contra un enemigo invisible. No les hace falta vocación, pero les sobra miedo; temor a contagiarse y llevar la enfermedad a casa.
El Tiempo Latino logró hablar, entre pausa y pausa de sus agotadoras jornadas, con tres de las 50 auxiliares de enfermería latinas, de las más de 200 graduadas de la Escuela Carlos Rosario, que estos días trabajan en uno de los hospitales de Washington, DC.
Su instructora Doris Medina, responsable de enfermeras en el mismo centro de salud e instructora de auxiliares en la escuela Carlos Rosario, solo tiene palabras de agradecimiento y orgullo. “Ellas son mis héroes porque cada segundo se enfrentan a la posibilidad de contagiarse y aún así atienden a los enfermos con respeto, paciencia y entrega. Lo hacen día tras día y nunca se quejan. Son las que están haciendo la diferencia”. Las tres profesionales entrevistadas se levantan todos los días como para ir a una guerra y aquí nos relatan sus experiencias:
Etelvina Zurita, 40 años

Cortesía Etelvina Zurita
UNIDADES. Etelvina Zurita trabaja en una de las unidades que ahora solo atiende a los enfermos de coronavirus. | FOTO: Cortesía Etelvina Zurita
Cuando me gradué en 2007 no imaginé que un tiempo como este llegaría. Una vez que cruzo las puertas del hospital, la rutina es como antes del coronavirus, pero quintuplicada. Mi uniforme de batalla: una mascarilla, después otra mascarilla quirúrgica y sobre ellas un parabrisas, guantes, el batón y protectores de la cabeza y los pies. Esta indumentaria debo cambiármela al terminar la visita a cada paciente.
Lavarme las manos y desinfectarlas es otra rutina que repito una vez, otra vez y otra vez. El antes y el después es que ahora me acompaña el temor de infectarme. Si pongo las manos en una mesa corro a lavarme, si toco una puerta corro a lavarme, si rozo algún equipo corro a lavarme. La paranoia es como una indumentaria más sobre la que ya llevo puesta.
Mi miedo es llevar el virus a mi hijo de 16 años y a mi esposo. No entro al hospital sin antes decirle a Dios: “Mira, voy hacer mi parte y tú tienes que hacer la tuya, amigo”. En mis oraciones también pido que todos se queden casa, porque tengo pacientes que dicen “creí que esto no me iba a pasar”.
He visto a enfermos jóvenes y fuertes que están postrados, sus músculos no les responden. Cuando se murió mi primer paciente lloré sin consuelo, desde entonces el código azul (anuncio de que un paciente dejó de respirar) se escucha cada vez más desde cualquier habitación.
“Me duele la espalda, necesito que me den algo para respirar”, es la queja de algunos pacientes, otros que no están tan graves no quieren infectarnos y piden que no los visitemos con mucha frecuencia. Me siento bendecida, entre doctores, enfermeras y asistentes nos cuidamos los unos a los otros. Lo mismo hago cuando llego a casa: dejo todo afuera, me desinfecto todo el cuerpo con un spray y voy directo a darme un baño. Mi madre me suplica que renuncie, no lo haré, no puedo dejar ni a los pacientes ni a mis compañeros, ahora que tanto nos necesitamos.
Devi Cazado, 29 años

Cortesía Devi Cazado
RUTINA. Las rutinas de su trabajo han cambiado desde que se atiende a pacientes con coronavirus, dice Devi Cazado Vargas. FOTO: Cortesía Devi Cazado
Desde que comenzamos a tener pacientes con coronavirus llevo puesto un armazón tejido de miedo, incertidumbre, cansancio y servicio. Miedo por contagiarme y contagiar a mi compañero, incertidumbre porque no sé cuando se acabará esto, cansancio de a veces hasta 16 horas de trabajo y servicio para quienes hoy nos necesitan tanto.
Siempre me tomo en serio mi trabajo y la mayor preocupación son mis pacientes, por eso me abruma verlos sufrir. Soy de la unidad de cirugía, pero desde hace casi tres semanas a los enfermos los llevamos a otra sala y empezamos a llenarla de infectados con coronavirus. Cuando nos confirmaron los primeros tres casos nos asustamos, hoy tenemos entre 34 y 40 positivos en mi unidad.
Por la cabeza pasan un millón de ideas y pensamientos, pero a la hora de ponerme el traje de protección me concentro al máximo, un error puede ser fatal. Sé que así debo hacerlo por mí, por mis colegas, por mi familia y porque quiero estar allí cuando esto acabe.
Antes de la cuarentena volvía a casa con mi uniforme de auxiliar puesto. No lo hago más, porque uso el transporte público y me di cuenta que las personas se alejaban de mí. Ahora me visto como para ir a una oficina. Quisiera bloquear la idea del contagio, pero me es imposible, todo el tiempo estoy pensando si agarré el virus y cuando llega la noche me duermo con la esperanza de que mañana esto se acabará.
Jennifer Castellón, 22 años

Cortesía Jennifer Castellón
FAMILIA. En su hospital, Jennifer Castellón encontró a su segunda familia en el personal médico y de limpieza. FOTO: Cortesía Jennifer Castellón
Como ahora dicen, soy una soldado de primera línea que va a enfrentarse al enemigo con un escudo de miedo y muchas precauciones. Lo bueno es que estamos bien abastecidos de los equipos de protección, con buen ánimo y comprometidos para vencer esta batalla.
El desasosiego es llevar el virus a casa. Vivo con mi hermano quien trabaja en una licorería y mi madre Alicia que hace limpieza, todos somos trabajadores esenciales en tiempos de pandemia.
A mi madre le debo quien soy. Nací en DC, pero ella vino de El Salvador y sacó adelante a sus hijos. Es por ella que soy auxiliar de enfermería. Estaba buscándole un lugar para que aprendiera inglés y a Carlos Rosario llegamos. Ella aprendió algo del idioma y yo esta carrera.
En el hospital sabemos lo que debemos hacer, pero lo que no sabemos es por dónde ni cuándo nos va atacar el virus y eso es muy atemorizante, porque se puede pegar en el pelo, en la piel o en la ropa. Somos como un escuadrón, trabajamos y nos protegemos en equipo; para mí los doctores, enfermeras, auxiliares y personal de limpieza son mi segunda familia.
Los momentos más alegres son cuando a pacientes de coronavirus les dan el alta, esas son nuestras recompensas. Son instantes para sentirnos bendecidos, agradecidos y valorados. Parte esencial de nuestro ejército son los empleados de limpieza, de cocina y otros servicios, la inmensa mayoría son latinos, trabajan muy duro, están asustados y son tímidos. Cuando puedo los ayudo con el inglés, me dan las gracias y yo me siento muy orgullosa de saber que son mi gente.