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BOLIVIA. Este pianista nació en Cochabamba y profesionalmente empezó tocando la batería en una banda de rock, pero ahora lo suyo es el jazz. | FOTO: Tomada de jose-andre.com



BOLIVIA. Este pianista nació en Cochabamba y profesionalmente empezó tocando la batería en una banda de rock, pero ahora lo suyo es el jazz. | FOTO: Tomada de jose-andre.com

Tiene una pasión por la música que no saben cómo disimularla, debe ser que está en sus genes. Se afanan para que sus emociones y su don contagien a los demás. Esa magia la dispensan solo unos pocos; los de la otra orilla, los de la multitud, no sabemos cómo lo consiguen, solo sabemos que sucede y eso sucede con José André Montaño (15 años), un pianista que es un regalo de Bolivia para el mundo.

José a los tres años tocaba la melódica y a los cuatro y medio el piano. Antes de decantarse por este instrumento experimentó con la armónica, batería, tambores y tamboriles. La primera canción que sus dedos y su sentido musical, que según los entendidos roza la perfección, dieron armonía al tema principal de Los Simpsons. “Era mi serie favorita, estaba dentro de mi”, dijo José.

El afortunado fue el jazz. Para este pianista invidente no hay límites, la música es su luz. “Prefiero el jazz porque te permite expresar lo que sientes en ese momento. Es sentimental, es libertad y puedes hacer lo que te nazca del corazón, pero también me encanta el rock, el heavy metal, Metallica, Kiss, Guns and Roses. Empecé en la batería tocando rock. La música me encanta”, lo dice con tanta dulzura como si de su osito peluche estuviera hablando.

José, junto con su familia, vive en Washington DC, estudia en la escuela Without Walls y es bueno en estudios sociales y en literatura. “Me esfuerzo por tener una buena escritura y con el ‘spelling’ (deletreo) me gané dos concursos. Me gusta mucho competir”. Trajo al inglés entre sus pertenencias desde Bolivia y gracias a su privilegiado oído ya lo ha perfeccionado.

El cambio de Cochabamba a DC no fue traumático. Sus padres para hacerle más fácil la mudanza empacaron su dormitorio y lo trasplantaron en su nuevo hogar. En la maleta vino su osito de peluche. “Me encantaba jugar con él, pero ya no. Ahora prefiero el iPad y hablar con mis amigos por teléfono”. Es que José ya es un adolescente, que estos días debido a la pandemia sigue tocando; hace poco invitaba a sus seguidores a través de Facebook a una “divertida noche de swing jazz y samba. Tendremos un tiempo fantástico juntos”, por supuesto online.

Robert, su padre, comentó que parte esencial del crecimiento creativo y personal de su hijo es ir a los conciertos de sus amigos. “Sea niño o adulto los apoyo porque lo importante es la amistad”, agrega José. Entre ellas está una señora que vive en un centro de ancianos que hizo llevar un piano de 200 mil dólares hasta el lugar, solo para escucharlo tocar música clásica.

En José adquiere significado monumental el principio de que el talento es universal, solo hay que darle la oportunidad. Si a ese fundamento se adjuntan disciplina y generosidad, que a él le sobran, con los años tendrá un sitio en las mejores cumbres de su oficio. Hasta que ese día llegue compone a cualquier hora de un domingo, inspirándose en la naturaleza. “Me encantan muchas cosas, tocar el piano es la principal, pero también escuchar cuentos y a los pajaritos. Me gustan los animales. Soy muy positivo y alegre con lo que hago”. Y “muy paciente” apostilló su padre. Solo hay algo que no le pasan: las frutas frescas ni los sabores diferentes.

Gracias a un documental que la BBC le hizo a José, lo invitaron para tocar en el sitio que es considerado la cúspide de las artes en DC. “El Kennedy Center lo tiene adoptado, tiene entradas gratis para los shows que él escoja y fue el primero en tocar en la pre inauguración de las nuevas instalaciones”, dijo su padre.

Entre él y su público hay una sutil complicidad. En el escenario no se ve un adolescente invidente tocando piano, se escucha su maestría. Es como le comentó el compositor francés Claude Debussy a uno de sus viejos maestros, “no hay teoría, simplemente tienes que escuchar, el placer es la ley”. El placer se llama José André Trío, antes escogía al bajista y al baterista, podían ser niños o profesionales que ya llevan años transitando por la avenida del jazz, ahora ya tiene su banda fija.

“Este niño toca a años luz de su edad. Posee un gran conocimiento y un enorme sentido musical natural”, le dijo Cyrus Cenit, compositor y maestro de música, al especial “Nuevos talentos”, del canal argentino Encuentro. Eso hace en José tan normal presentarse ante 700 personas en el Banco Mundial o en el Kennedy Center; en Kuala Lumpur, México o Montreal.

Su arte ya es trascendental y el pasado octubre, Columbia Lighthouse for the Blind lo honró con el reconocimiento Visionary Award por su contribución a la música; y no es de extrañar que entre sus admiradores están otro de los grandes como el músico cubano Gonzalo Rubalcaba y hasta el astronauta Edwin Eugene (Buzz) Aldrin Jr.

Por eso, cuando termine la pandemia y vuelvan a abrirse los escenarios, si ve su nombre en la cartelera vaya porque lo que escuchará es un despliegue de autenticidad y genialidad musical de quien un día humildemente quiere ser un maestro de música y un mentor.

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