La crisis de Ucrania podría darle el impulso que la política doméstica ya no le brinda.
Hay un punto en cada presidencia de EEUU en el cual los asuntos externos empiezan a prevalecer sobre los internos. En su combativo discurso sobre el Estado de la Unión ayer martes, el presidente Joe Biden se negó a ceder a ese momento por ahora.
Se comprometió a liderar a los aliados de todo Occidente para imponer a Rusia sanciones por su ataque a Ucrania. Elogió el valor de esa nación violentada. Pero también impulsó un programa doméstico que se había agotado mucho antes de la actual crisis en Europa. Hasta el funcionario más poderoso del mundo debe atender su propia casa.
Lo hizo recordando a los votantes que, en el fondo, es una persona moderada. Su objetivo es “financiar la policía”, en respuesta al eslogan de protesta que exige lo contrario. Después de su actitud a veces displicente ante la inflación durante sus primeros meses de mandato, la nombró como su “máxima prioridad”, sin renunciar a nuevos proyectos de gasto. Esta leve inclinación hacia el centro es sensata.
Sin embargo, podría no ser suficiente para revivir su debilitada presidencia. Si los Republicanos ganan el control de al menos una de las cámaras del Congreso en noviembre, las perspectivas de su agenda doméstica se deteriorarán. La respuesta de dicho partido a su discurso, a cargo de la gobernadora de Iowa, Kim Reynolds, no sugirió mucho margen para acuerdos, ni en gastos ni en las guerras culturales. De hecho, por muy desalentadora que sea, la escena internacional podría representar la mejor oportunidad de renovación para Biden. Es sin duda donde existe el mayor potencial para el bipartidismo.
Los Republicanos culpan a Biden de no haber incrementado las sanciones a Rusia antes de que invadiera Ucrania. También deploran su decisión del año pasado de tratar al Nordstream 2, el polémico y ahora paralizado gasoducto que va de Rusia a Alemania, como un hecho consumado. Por supuesto, esta crítica sería más fácil de asumir si el mismo partido no hubiera consentido al trato que el propio Donald Trump dio a Ucrania, por el cual fue imputado políticamente. Pero también muestra que Washington tiene ahora un frente común contra Rusia. Si el Kremlin estaba apostando a un Estados Unidos dividido y de voluntad débil, eso todavía no ha ocurrido.
Esto tiene consecuencias prácticas, no solo morales. Facilita a Biden pedirles a los estadounidenses, como hizo el martes, que aguanten los costos de lo que podría ser una confrontación prolongada con Rusia. También advierte al Kremlin que no cuente con que un Congreso dominado por los Republicanos sea más llevadero a partir del próximo año. Los votantes apoyan abrumadoramente las medidas duras.
Corresponde a Biden aprovechar este momento de (relativo) consenso. Tiene que encauzar el belicismo de los Republicanos sin fracturar la coalición occidental anti-Putin, no todos sus miembros desean proceder al mismo ritmo o intensidad. Su énfasis en los “aliados” en su discurso sugiere que es consciente de la delicadeza de esta tarea.
Putin describió en una ocasión la caída de la Unión Soviética como una “tragedia” para los rusos. Esta también generó resultados perversos para Estados Unidos. Con el mundo en relativa paz, la nación podría ponerse cómodamente en contra de sí misma. Como medida alternativa del bipartidismo se puede considerar que las confirmaciones por unanimidad de los jueces del Tribunal Supremo solían ser comunes. Puede que sea correlación, no causalidad, pero no ha habido ninguna desde la caída del Muro de Berlín. Incluso una candidata tan poco controvertida como Ketanji Brown Jackson, a quien Biden ha propuesto para sustituir a Stephen Breyer en el tribunal, puede esperar una votación disputada.
Ese rencor no va a desaparecer. El propio Biden fue abucheado durante el discurso. Pero los acontecimientos en Europa han recordado a los estadounidenses que algunos enemigos son más grandes que el partido político contrario. Si Biden sabe aprovechar el momento, Estados Unidos, y no solo Ucrania, saldrá beneficiado. Es una misión adecuada para una presidencia que no tiene asegurado el regreso del impulso doméstico.
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