Por Kavitha Cardoza, The Hechinger Report

WASHINGTON — Durante años, May se dedicó a cuidar a su tía anciana. Tras la muerte de su tía, May, quien hoy en día tiene 41 años, decidió renunciar a su trabajo como vendedora telefónica a tiempo parcial y desempeñarse a tiempo completo como asistente de salud a domicilio.

Relata que la idea de brindarles comodidad a otras personas como su tía se sentía como una vocación para ella. “Por el simple placer de ayudar”, señala May.

Durante los 11 años en los que trabajó como asistente de salud a domicilio, May calcula que cuidó a 100 clientes de la tercera edad en sus hogares. Algunos no requerían más que la preparación de algún platillo ligero, pero otros necesitaban mucha más ayuda. “No podían valerse por sí mismos. Tenía que cambiarles la ropa, alimentarlos, bañarlos y todo lo demás”.

Decenas de millones de estadounidenses de la tercera edad desean envejecer en casa. Sin embargo, solucionar la alarmante escasez de personal que se haga cargo de ellos exigirá más que los miles de millones de dólares federales propuestos por la administración de Biden para el área de asistencia médica a domicilio y a largo plazo. Será necesario un cambio radical y trascendental en el sistema de capacitación, ofertas académicas con oportunidad de empleo, salarios y condiciones laborales de los asistentes de salud a domicilio, afirman los expertos y simpatizantes.

De no solucionar esos problemas, los “millones y millones de personas [que] trabajan muy duro en empleos difíciles e indispensables y reciben salarios míseros” no serán los únicos en sufrir las consecuencias, señala Paul Osterman, profesor de administración y recursos humanos en el MIT y autor del libro “Who Will Care for Us” (“¿Quién nos cuidará?”). Afectará a todos los que quieran envejecer en casa o tengan a algún familiar que lo haga, indica. La carga de estos cuidados recaerá en familiares que no reciben remuneración alguna, afectando su salud mental y su situación económica.

“Es un problema serio para la sociedad”, afirma Osterman.

Este problema es, además, un ejemplo de que la capacitación laboral en Estados Unidos es desorganizada, carece de incentivos para que las personas acepten puestos vitales y suele causar que los consumidores queden a su suerte y gasten más dinero en su formación de lo que sus futuras ganancias justifican.

Aproximadamente, existen 54 millones de estadounidenses mayores de 65 años, de acuerdo con la Oficina de Censos de los Estados Unidos. Se espera que esa cifra alcance los 95 millones para el 2060. Los adultos mayores han demostrado una clara preferencia por permanecer en sus hogares, no solo por la independencia, sino por la comodidad y los vínculos sociales dentro de su comunidad.

Generalmente, envejecer en el hogar es más rentable que mudarse a un asilo y demostró ser una opción mucho más segura durante la pandemia del Covid-19, cuando más de 184.000 residentes y trabajadores murieron en asilos y en viviendas de residencia asistida.

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Un aspecto fundamental para permitir que los adultos mayores permanezcan en casa es aumentar el número de asistentes de salud a domicilio, trabajadores que suelen ser vistos como el estrato más bajo en el campo de la asistencia médica. Estos asistentes brindan ayuda diaria en cuanto a alimentación, vestuario, compras y lavado de la ropa, y suponen un importantísimo alivio para familiares ocupados o ausentes

Ya existe una escasez de asistentes de salud, y la demanda se dispara cada vez más; un estudio calculó que un 70 por ciento de adultos mayores de 65 años necesitará alguna forma de atención básica. Sin embargo, atraer y conservar asistentes de la salud no es tarea fácil; es un trabajo duro, mal pagado, muchas veces sin beneficios y poco respetado, y es realizado en su gran mayoría por mujeres de color y un menguante número de inmigrantes.

El presidente Joe Biden quiere aumentar la contratación de profesionales al destinar $400 mil millones para la atención al cuidado domiciliaria y comunitaria de personas de la tercera edad y con discapacidad para los próximos ocho años, siendo casi el doble de lo que se destina actualmente para tal fin.

El objetivo del presidente de “generar nuevos y mejores empleos” implicará reformar el sistema de capacitación actual, el cual es desorganizado y demasiado costoso, e impide que los asistentes de salud a domicilio avancen al siguiente nivel, de acuerdo con Matt Sigelman, director ejecutivo de Emsi Burning Glass, una empresa de análisis laboral. Sigelman señaló que los programas de capacitación suelen estar a cargo de agentes con fines de lucro que cobran muy por encima de lo que paga el empleo en cuestión. 

La mayor parte del tiempo a May le encantaba trabajar con sus clientes. Ellos le contaban historias sobre viajes al extranjero y le daban consejos amorosos. Un cliente le enseñó a coser y otro a preparar huevos rellenos. “Tenían tanta sabiduría. Me dieron muchas lecciones de vida”, relata.

Sin embargo, era difícil ganarse la vida con este empleo. May comenzó ganando $7 por hora y con el tiempo aumentó a $12, pero sin beneficios. Tanto ella como otros asistentes de salud a domicilio pidieron que no se revelasen sus apellidos por miedo a sufrir represalias en el trabajo o en caso de que se postulasen para nuevos empleos.

Cuando comenzó la pandemia, no le ofrecieron un “pago de peligro”, a pesar de ser considerada como una trabajadora indispensable. Posteriormente, cerraron las escuelas y decidió quedarse en casa con sus hijos. Hoy en día, no está segura de si regresará a su antiguo empleo pues este no cubre sus gastos. “No puedo sobrevivir con mi salario”, explicó.  

En una clase a través de Zoom de un centro de capacitación sin fines de lucro para adultos, el instructor John McIntyre les hacía una prueba oral a sus 17 estudiantes. La clase, en el Industrialization Center de D.C. (OIC-DC, por sus siglas en inglés), capacita a las personas para ser asistentes de salud a domicilio. Dura 15 semanas y comienza a las 6 p.m., pues muchos de los estudiantes trabajan o necesitan cuidar a sus hijos durante el día.

“Cuando estás ayudando a un cliente que sufre de una apoplejía, ¿de qué lado debería pararse el asistente: del lado más fuerte o del lado más débil?”, preguntó McIntyre.

Dashia, de 24 años, levantó la mano. “¿Del lado más fuerte?”.

“Mmm. Reflexiona un poco más al respecto”. Así lo hizo Dashia, y cambió su respuesta.

“¡Excelente! ¡Excelente!”, dijo McIntyre. “Siempre brindamos apoyo por el lado más débil”.

McIntyre felicita a sus estudiantes de forma regular. Es consciente de los obstáculos que han superado para estar ahí. El requisito mínimo es aprobar un examen de nivel de lectura de octavo grado y un examen de nivel de matemáticas de séptimo grado. Algunos estudiantes que se postulan necesitan clases particulares adicionales antes de poder inscribirse.

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Dashia fue despedida de dos restaurantes durante la pandemia. Actualmente, trabaja como auxiliar de maestro mientras toma lecciones por las noches para convertirse en asistente de salud a domicilio.  

“Hay una gran escasez”, explica. “Así que pensé: ¿por qué no tomar un curso?”.

Con el propósito de obtener información, Dashia llamó a los siete programas de capacitación para asistentes de salud a domicilio aprobados por el Distrito de Columbia. Los precios iban de $1.500 a $2.100, señala. Dashia también hubiera tenido que pagar el transporte, su certificado como asistente de salud a domicilio ($105), el certificado de RCP y primeros auxilios ($85) y la verificación de antecedentes ($25). “Definitivamente no tengo ese dinero”, dijo.

Al final, ingresó al único programa gratuito del distrito, OIC-DC, que es subsidiado por el gobierno del distrito y por fondos privados. De otro modo, señala, no hubiese logrado inscribirse. “Mi crédito es malo, así que no puedo pedir un préstamo y mi familia tampoco tiene dinero. Todos tienen dificultades”. 

El precio de la capacitación puede ser exorbitante para los estudiantes más vulnerables y los trabajadores peor pagados.

“Ni siquiera lo pensarían, pues sencillamente está fuera de su alcance”, indica DyAnne Little, directora de capacitación en OIC-DC.

Aunque el programa es gratuito, explica Little, algunos estudiantes tienen que ahorrar durante meses para comprarse el uniforme médico, las sandalias blancas y un reloj que marque los segundos. Los simpatizantes señalan que permitir que los estudiantes hagan préstamos a instituciones o familiares es injusto y explotador, pues es poco probable que sean capaces de pagar el dinero incluso después de comenzar a trabajar.

La asistencia de salud a domicilio es el quinto empleo peor pagado entre los 25 empleos con peor salario y que son desempeñados de manera desproporcionada por personas de color, de acuerdo con un estudio del 2020 sobre la igualdad entre empleados en Estados Unidos. Otros empleos en la parte más baja de la lista incluyen asistente de comedor y lavaplatos.

El salario promedio de un asistente de salud a domicilio es de $24.000 al año, indica Sigelman; unos $500 más de lo que gana un cocinero de comida rápida. “La idea de pedir un préstamo y contraer deudas para obtener un empleo que te paga lo mismo que ganarías en un restaurante de comida rápida es bastante difícil de digerir”.

Las comunidades de todo el país comienzan a darse cuenta de la importancia de aumentar el número de asistentes de salud a domicilio. Nada más en Washington, 16.700 personas de 65 años en adelante son incapaces de vivir por su cuenta sin asistencia, según los hallazgos de un estudio. Se espera que esta cifra aumente al menos en un 10 por ciento cada cinco años, según la Coalición por la Atención Médica a Largo Plazo de D.C., la cual dirigió el estudio.

“Es una crisis en todo el sentido de la palabra”, señala Neil Richardson, encargado de problemas asociados a la vejez en DC Appleseed Center for Law and Justice, una organización sin fines de lucro ubicada en Washington.

Esta escasez de trabajadores en el ámbito de la atención médica refleja la demanda nacional, indica Johan Uvin, quien fungía como secretario adjunto interino para la Oficina de Educación Profesional, Técnica y para Adultos durante el mandato del presidente Barack Obama. Esta demanda ha aumentado “exponencialmente” a raíz del Covid, señala Uvin. “Agravó la escasez que ya existía”.

Y se espera que la necesidad aumente un 34 por ciento entre 2019 y 2029, de acuerdo con la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos, superando por mucho el crecimiento de menos del 4 por ciento que se proyecta, en promedio, para otros empleos.

Durante años, Estados Unidos ha dependido de los inmigrantes para cumplir el rol de asistentes de salud a largo plazo, señala Gail Kohn, coordinador de Age-Friendly DC, un programa gubernamental. Sin embargo, “lo que hemos visto últimamente, al menos en los últimos cuatro años, es una reducción en el número de personas que inmigra al país, lo que ha hecho prácticamente imposible destinar a más personas al campo de la salud”. Casi el 40 por ciento de los asistentes de salud a domicilio son inmigrantes. Según el Instituto de Políticas Migratorias, muchos de ellos son originarios de República Dominicana, México y Jamaica.

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Trabajar como asistente de salud a domicilio puede ser agotador. Algunos clientes necesitan cambiar de posición en la cama cada dos horas para evitar escaras, otros necesitan ser levantados para que los bañen. No todas las residencias privadas están equipadas con herramientas como elevadores y arneses que pueden ayudar con esas tareas.

Thalia, quien trabajó durante cinco años como asistente de salud a domicilio antes de que lo dejara a raíz del Covid, relata que en una ocasión se lesionó el pie mientras levantaba a un cliente, pero no contaba con seguro médico para costear la fisioterapia. Tuvo que dejar de trabajar por varios meses. “Si no trabajas, no te pagan”, señaló. 

Sin embargo, Thalia se considera afortunada porque, con descanso, su pie sanó. Su vecina, que también trabajaba como asistente de salud a domicilio, se lastimó la espalda en el trabajo y tuvo que dejar de trabajar porque su agencia se negó a pagar el tratamiento y ella no tenía seguro.

Los asistentes de salud también deben lidiar con la naturaleza irascible de algunos clientes de la tercera edad. Muchos sufren de demencia o se sienten frustrados ante el hecho de necesitar ayuda. A otros, en palabras de May, “por algún motivo, no les agradas. No paran de insultarte”. Una asistente de salud a domicilio relató que un cliente la acusó de haberle robado los anteojos y no se disculpó tras encontrarlos poco después sobre la mesa de noche. Otra asistente, inmigrante de Nigeria, contó que sus clientes se quejaban de que “su comida olía mal” mientras ella almorzaba. Otra reveló que un cliente se burlaba de su acento. También está el impacto emocional que sufren los asistentes de salud cuando se encariñan con un cliente que al final fallece o debe ser internado.

Los asistentes de salud a domicilio también se sienten ofendidos por otros trabajadores de la salud. Algunos aseguran ser ignorados constantemente por los enfermeros al informar sobre la salud de sus clientes y que no son considerados parte del equipo de asistencia médica. En general, este puesto es “mal capacitado, mal pagado, poco respetado y limitado en cuanto a sus funciones”, afirma Osterman, del MIT.   

Osterman aboga por expandir las funciones de los asistentes de salud a domicilio. En muchos estados se les prohíbe administrar medicamentos a sus clientes o cambiarles las vendas. Expandir el alcance de su trabajo ayudaría a que los clientes con enfermedades crónicas estén más saludables y se mantengan fuera del hospital. “Este cambio, además, ahorraría dinero al asumir parte del trabajo que de otra forma correspondería a enfermeros mucho mejor pagados”. Osterman argumenta que estos ahorros podrían destinarse a mejorar el salario.

Los asistentes de salud también se encuentran a merced de las agencias de empleo en cuanto a las asignaciones. Thalia relata que ha visto drogarse a los familiares de algunos clientes y se ha sentido insegura en algunas casas, pero nunca reportó nada porque necesitaba las horas de trabajo. Las condiciones laborales pueden ser duras, señala.

 “En ocasiones”, cuenta Thalia sobre la casa de un cliente, “la cocina estaba hecha un desastre, y para poder prepararle la comida a mi cliente tenía que limpiar el desorden que habían dejado los familiares”. Los familiares de los clientes también le han pedido que les lave la ropa y limpie sus habitaciones. Thalia explica que hacía todo lo que le pedían por miedo a que los familiares le pidieran a la agencia que enviaran a alguien más.

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La falta de respeto influyó en la renuncia de May. “Nadie lo ve como un trabajo serio”, afirma May. Le gustaría que el título “asistente de salud a domicilio” fuera “reemplazado por uno que incluya el término ‘médico’”, con la esperanza de que el trabajo sea más respetado. “Trabajamos muy duro y nadie reconoce nuestro esfuerzo”.

Cuando se gradúe de su clase de asistente de salud a domicilio, cuenta Dashia, quiere seguir estudiando y elevar su posición en el campo de la asistencia médica. Espera obtener un título algún día. “Quiero lograr algo que no es solo por ahora”, afirma.

Los expertos piensan que mostrarles a estudiantes como Dashia un trayecto profesional bien definido es una forma de aumentar la cantidad de asistentes de salud a domicilio y hacer que la profesión resulte más atractiva. Sin embargo, esto no ocurre muy seguido.

Un estudio dirigido por Emsi Burning Glass junto con la organización sin fines de lucro JFF analizó los empleos de asistencia médica que no exigían un título universitario y los dividió en tres grupos. En dos de esos grupos las personas pueden evolucionar a nivel profesional. El tercer grupo, indica Sigelman, suele estar compuesto por “empleos sin futuro”. Los asistentes de salud a domicilio, señala, encajan “perfectamente en esa categoría”.  

Sigelman señaló que los asistentes de salud a domicilio no están a más de unos pocos cursos de obtener habilidades adicionales para ascender en su campo y tener acceso a empleos que pagan un salario mínimo con beneficios, tales como asistente certificado de enfermería ($31.000), asistente médico ($36.000), técnico en información médica ($44.000) o enfermero con licencia práctica ($49.000). Ninguna de estas profesiones exige un título universitario. Sin embargo, resalta que estos ascensos no ocurren por accidente. “Es necesario que ayudemos a las personas a dar el paso. Lamentablemente, esto no ocurre muy seguido”.

Johan Uvin dijo que de no existir este “progreso respaldado” para los asistentes de salud a domicilio, estos podrían abandonar por completo el campo de la asistencia médica y buscar profesiones distintas. En algunas ciudades, “puedes conseguir trabajo limpiando habitaciones en un hotel por $22 la hora”.

Uvin destacó que existen señales alentadoras de innovación. Algunas instituciones de capacitación ofrecen programas que parten, por ejemplo, como asistente de salud a domicilio, avanzando hasta asistente de enfermería certificado, enfermero con licencia práctica y finalmente enfermero titulado. “Es un enfoque centrado en los trabajadores”, agregó. 

Uvin dijo que este momento representa una oportunidad para lograr un cambio no solo en las bases, sino a nivel de políticas.

Por ejemplo, los estudiantes podrían tener acceso a ayuda financiera federal, como la beca Pell, la cual va dirigida a programas de capacitación para profesiones a corto plazo. La inclusión de otros incentivos en los programas de capacitación podría generar trayectos profesionales más completos para los estudiantes de asistencia de salud a domicilio. “Podemos hacer una gran diferencia al generar incentivos a través de las políticas”, dijo Uvin. 

Señaló que el sistema actual (el cual exige que los asistentes de salud a domicilio realicen un programa de capacitación y obtengan un certificado que les permita obtener un trabajo cuyo salario ni siquiera alcanza para sobrevivir) no hará más que “aumentar la desigualdad que ya existe”.

“Y eso es injusto”.


Este artículo fue producido por The Hechinger Report, una organización informativa independiente y sin fines de lucro enfocada en la desigualdad e innovación en la educación. Lea sus otros artículos en español.

Este artículo contó con el respaldo de la asociación Higher Education Media Fellowship del Instituto de Ciudadanos y Académicos. Esta asociación apoya los nuevos reportajes sobre asuntos relacionados a la carrera profesional y a la educación técnica.

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