Desde el principio de la pandemia, he trabajado en la sala de emergencia en el norte de Virginia y durante el segundo pico del coronavirus, yo contraje el virus. Mi trabajo como médico de emergencias cambió totalmente este año pues el entrenamiento médico nunca nos preparó para una pandemia. No se puede entrenar para una pandemia porque nadie ha tenido experiencia con una situación de este tipo desde hace más de un siglo. Sin embargo, una infección respiratoria que empezó en un lado del mundo rápidamente amenazó a las comunidades inmigrantes de los Estados Unidos.
Lo bueno de poder hablar español es poder conectar con mis pacientes latinos en niveles sociológicos. Es decir, me da la oportunidad no solo de pensar en la enfermedad, sino también en la vida entera de mi paciente hispanohablante. Lo que ha sido evidente desde el principio de la pandemia en los Estados Unidos es que los latinos han sido impactados en niveles desproporcionadamente altos. La ausencia de seguro médico, el no saber de enfermedades pre-existentes por no haber podido ver médicos antes, el vivir en hogares multi-generacionales o en hogares sin cuarto privado ha puesto a bastantes en la comunidad latina en una posición sin protección contra un virus despiadado. Más allá, la falta de comunicación adecuada ha dejado a la comunidad sin información crítica para la prevención del virus.
Lo más difícil del COVID-19 son las múltiples caras que muestra el virus en un paciente. Algunas personas vienen con síntomas respiratorios (tos, falta de aire, congestión), otras con síntomas más gastrointestinales (náusea, vómito, diarrea), unas sin síntomas y desafortunadamente algunos llegan con casos peligrosos como infarto de cerebro o corazón por el virus. Por eso, en la lucha de prevención lo importante es pensar que cualquier persona puede tener la infección porque al uno protegerse a sí mismo, uno proteja a sus familiares. La información del invierno en países de Sudamérica nos está aclarando que las mascarillas han prevenido los casos de la influenza a niveles nunca antes visto y aun el coronavirus sigue infectando. Es decir, el coronavirus es más contagioso que la influenza. Por eso, hasta que tengamos una vacuna viable, que podría aparecer en unos meses, debemos reafirmar nuestro compromiso con las mejores estrategias que tenemos en nuestras manos: el lavado de las manos, mantener distancia social, alejarnos de los demás cuando uno se contagie con el virus y, lo más importante, llevar mascarillas. Son las únicas maneras seguras de mantenernos saludables.
Mi experiencia con el coronavirus afortunadamente fue leve. Me dio fiebre por varios días, dolores de cuerpo en otros días y siguió la tos continuó por unos días más porque sufrí de asma cuando era niño.
Es surreal tener esa experiencia con el virus y volver al trabajo teniendo que intubar pacientes con casos severos de COVID-19. Es desconcertante que realmente sufrimos de la misma enfermedad. Pero la realidad es que, aunque no todos estamos en el mismo barco, todos estamos sufriendo la misma tormenta.
¿Por qué estoy escribiendo este artículo? En verdad, porque estoy enojado que sigue esta pandemia tan descontrolada en este país, afectando más a las comunidades inmigrantes. Pero sobre todo para decirles que la pandemia continúa, sigue la lucha de los médicos en el frente de batalla y también la lucha de las comunidades inmigrantes para protegernos cuando el gobierno y el sistema de salud realmente nos ha fallado.