Sus sueños ─convertirse en un abogado, en un diseñador de interiores, en un marinero de la Armada ─son bastante parecidos a los sueños que otros niños tienen en la Escuela Secundaria de Maryland.

Son sus pesadillas ─ver a sus familiares asesinados, pagando a coyotes, siendo violados en la frontera, pasando semanas en el centro de detención, estando indigentes en un nuevo país─ lo que los hace tan diferentes.

“Ellos han sobrevivido horrores que nadie conoce”, dijo Alicia Wilson, Directora Ejecutiva de La Clínica Del Pueblo, la cual se encuentra trabajando con la Escuela Secundaria de Northwestern para ayudar a estos adolescentes.

La Escuela de Hyattsville ha absorbido docenas de estos estudiantes ─parte de una ola de más 150 mil jóvenes que han cruzado la frontera de los Estados Unidos los últimos tres años, huyendo de la violencia en Centroamérica.

Normalmente, escuchamos acerca de inmigrantes jóvenes cuando son acusados de cometer crímenes horribles ─tal como los dos estudiantes indocumentados acusados de violar a una ex compañera de estudios de 14 años en un baño de la Escuela Secundaria de Rockville. O cuando se convierten en víctimas de crímenes horribles─ como Damaris Reyes Rivas, de 15 años de edad, cuya madre la quería proteger del MS-13 de El Salvador, pero la perdió a la misma banda en Maryland.

De otra manera, sus luchas, sus deseos y sus miedos son casi siempre invisibles.

En un país con un déficit creciente de compasión, muchas personas resienten a estos niños, satanizándolos junto a otros inmigrantes indocumentados. Pero me gustaría que esas personas pudieran pasar el tiempo que yo pasé con ellos. Son graciosos, vulnerables, trabajadores e impresionantemente resistentes.

En Northwestern, escuché como alrededor de dos docenas de adolescentes se reunieron en un remolque detrás de la escuela para hablar con consejeros de salud mental que se dedican a ayudarlos. No todos desean compartir por lo que han pasado.

“Yo diría que 90 por ciento de ellos son víctimas de algún tipo de abuso”, dijo Angie Castro, la consejera que trata de sacar a los jóvenes de sus caparazones con actividades para construir su confianza.

Algunos de los adolescentes se están escondiendo de bandas. Al menos una escapó de un miembro de la familia que la violaba. Muchos de ellos han visto a muertos o han estado detenidos en un cuarto helado que llaman la “caja de hielo” en un centro de detención de la frontera.

Pasan semanas en centros de detención mientras esperan por que sus representantes ─normalmente familiares que no han visto en años─ los reclamen. A algunos de ellos ni siquiera les importó.

“Tienen buena comida”, me dijo uno de los adolescentes.

“Pude dormir”, dijo otro.

“Es interesante”, dijo Castro cuando los jóvenes salieron a su receso para comer pizza. “La mayoría de ellos nos dicen que el tiempo en los centros de detención ─para muchos de ellos la primera vez que hicieron tres comidas al día, pudieron dormir toda la noches sin ser atacados─ fue la primera vez en sus vidas que se sintieron queridos”.

Sí, han sobrevivido horrores que no se saben. Ahora, tienen que sobrevivir la secundaria. Una de las condiciones de sus liberaciones de los centros de detención es que se inscriban en una escuela.

Algunas de las escuelas están bien equipadas para manejar gran cantidad de inmigrantes. Pero no esta. Northwestern, que una vez tuvo su cuerpo estudiantil con mayoría africo-americana, se convirtió en 58 por ciento hispana el año pasado. Casi 200 indocumentados, menores no acompañados se inscribieron en 2015. Más de la mitad de ellos abandonaron la escuela antes de que terminara el año, dijo Wilson. Incluso ahora, no hay hispano hablantes en el grupo de consejeros de Northwestern.

Más allá de los problemas usuales de lenguaje y asimilación que cualquier inmigrante enfrenta, estos niños están dejando las familias en las que crecieron y tratando de encontrar estadía con familias con las que solo han tenido contacto por celular.

Es en esos momentos cuando son especialmente vulnerables para bandas como la MS-13, la cual está pasando por un resurgimiento en Maryland y Virginia del Norte.

A través de un programa financiado llamado Mi Refugio, la Clinica del Pueblo está trabajando en formar grupos estrechos en Northwestern como una alternativa a la vida de pandillas. La organización entiende la complejidad que viven esos jóvenes, incluyendo la presión de tener que trabajar y enviar dinero a los familiares que dejaron atrás.

Casi todos los adolescentes tienen trabajos luego de la escuela.

Esa adolescente con los zapatos de goma rojos, del último año de secundaria, trata de explicar esto a un consejero que la estaba presionando para que terminara el ensayo de su beca antes de la fecha límite.

“No es mi fecha límite, es la tuya. Pero mejor que te apresures”, le dijo el consejero.

“Yo sé. Pero estoy tan cansada cuando llegó a casa, no tengo tiempo de hacerlo”, dijo la adolescente, que trabaja largas horas en McDonald’s.

Claro que está cansada. Después de la escuela tiene un turno completo en la cadena de comida rápida y solo le quedan alrededor de cinco horas para hacer tareas y dormir.

“Quiero ir a la escuela y quiero se abogada”, me dijo. “Así voy a poder a ayudar a otros niños como yo. En Honduras, no hubiese podido ir a una escuela como ésta. Mi familia no tenía el dinero para que yo fuera a la escuela”.

Cruzó la frontera con su madre hace dos años, y luego pasó dos meses en un centro de detención en Texas.

“Estados Unidos es ahora diferente”, dijo. “Es diferente que los Estados Unidos de Obama”.

Tiene miedo de ser deportada. Su madre también.

Un jueves de marzo, los consejeros de La Clínica del Pueblo trataron de ayudar a jóvenes que enfrentaban sus miedos a través de ejercicios grupales. Les taparon los ojos a la mitad de los estudiantes y los emparejaron con otros que los ayudaran a navegar a través de los obstáculos. Escaleras arriba, escaleras abajo, pasar sobre cajones de leche, saltar de una pequeña plataforma.

“No podía creer el miedo que daba, y solo era caminar acá afuera”, dijo un adolescente después del ejercicio. “Pero tuve que confiar en mi pareja”.

Castro y los otros consejeros le dijeron que hay personas que los van a ayudar y que tiene que aprender a confiar en ellos. Esa es la próxima parte en su travesía en América.

(Traducción El Tiempo Latino/El Planeta Media)

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